La suerte es una dama esquiva

juan ordóñez buela DESDE FUERA

BARBANZA

17 dic 2016 . Actualizado a las 22:22 h.

D esde hace unos años, cada vez menos personas afortunadas con un premio grande de la lotería de Navidad van a la administración el día 22 de diciembre para montar ese ritual de la botella de champán sacudida y la posterior obsesión por rociar al personal. Mucha gente ha aprendido que, si toca algo, lo mejor es disimular y quedarse en casa, porque si van haciendo el chulo, enseguida aparecerán cincuenta amigos olvidados que intentarán darte el sablazo. Han aparecido también los empleados de bancos que, mientras las radios transmitían aún el sonsonete de los niños de San Ildefonso, se paseaban ya por las administraciones en busca de los favorecidos, a ver a los que convencían de que depositasen el dinero en su banco. De forma que, más que nunca, el día 22 reina la discreción y, si alguien descorcha una botella de champán, lo hace en casa y rodeado de la familia más íntima, que previamente ha jurado sobre la Biblia no decir nada a nadie.

El caso extremo es que te toque la rifa y tengas que disimular incluso con la cónyuge. Ocurrió en Quintanar de la Orden (Toledo), una bonita población de 13.000 habitantes, famosa entre otras cosas porque allí nació Miguel Echegaray, autor de maravillas como El sombrero de plumas, María Luisa y La casta Susana, zarzuelas de prestigio todas ellas. ¿Cómo debieron sentirse todos los afortunados clientes del club de alterne escuchando que aquel 62.246 era el suyo? ¿Qué tenían que hacer con el dinero, aparte de cobrarlo evidentemente? ¿Cómo lo justificaron en casa?.

Si fuese una gran ciudad, ningún problema, pero en una población pequeña, todo el mundo sabía que el número afortunado era el que vendía el club. Mirándolo bien, quizás solo quedaba la solución más drástica, coger el toro por los cuernos. No olvidemos que los euros, procedan de donde procedan, bien venidos sean.

La suerte coquetea con las personas inteligentes, pero sus preferidos son los imbéciles.