Alarma alcohólica

juan ordóñez buela DESDE FUERA

BARBANZA

19 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

L os datos sobre consumo de alcohol y otras drogas entre adolescentes y preadolescentes provocan una alarma cíclica que suscita reflexiones y comentarios tan estériles como el me dispongo a escribir. Los datos confirman la evolución hacia el desastre y distinguen el consumo habitual, la borrachera exprés y la cogorza como método para soportar los fines de semana. Se sabía poco, sin embargo, de la avaricia recaudatoria y del filón de impuestos que genera el comercio del alcohol o de la diversidad de razones que, pese a las consecuencias psicológicas y físicas que implica, los adolescentes tienen para beber. Hace décadas que la intoxicación como fórmula de evasión es una vía de reafirmación gregaria. Es un ritual tribal que marca la frontera entre la infancia y la adolescencia. Transforma el colapso y una resaca monumental en medallas dignas de ser inmortalizadas en Facebook. No es un fenómeno únicamente español. Aquí, sin embargo, se agrava con factores que multiplican su onda expansiva: clima, horarios de discotecas, apología social de la imprudencia, impunidad...

Aunque el proceso desemboque en intoxicación de riesgo, el camino para alcanzar el objetivo está lleno de estímulos reinterpretados por la peculiar estructura hormonal y neuronal de la época juvenil. Los protagonistas deben prepararse siguiendo los preceptos estéticos de la época y romper la rutina de su casa, que no ofrece alternativas. Deben conspirar a través del móvil para zafarse de la vigilancia paterna. Deben organizar zonas de avituallamiento adecuadas a las dimensiones de su transgresión.

Lo más fácil es buscar culpables en la televisión. O culpar a la sociedad, pero intuyo que, en realidad, se potencia que los adolescentes y preadolescentes beban tanto y tan mal porque es una forma de alineación y evasión fácil, de negocio rápido que proporciona un placer brutalmente analgésico. Un placer que actúa sobre algunos componentes cerebrales y que, con un espíritu de parque temático etílico, les hace sentir cosas que luego se transforman en una resaca como un piano y, de estudio en estudio, en estadística que se desbrava hasta la próxima borrachera de hipocresía alarmista.