Anda el gallinero mundial revuelto con la victoria de un carotenoide freelance en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de América, llamado Donald Trump. Un prepotente y acaudalado neoyorquino que no deja indiferente a nadie, hasta le pone los pelos como escarpias a sus propios compañeros de partido (durante la campaña lo evitaron como si fuese un apestado). Incluso desde los mismos altares de Wall Street se enviaron profetas y mercenarios, cuyo brazo más visible fue el poder mediático, para lastrar su carrera hacia la Casa Blanca. Supongo que les preocupaba que alguien que lleva sus propias teorías al extremo llegase a alcanzar el poder ¡quienes mejor que ellos para saber del riesgo!
Que la política está cambiando de forma acelerada, es indudable. Que algunos de esos movimientos son bruscos e inesperados, también. En medio de la inevitable incertidumbre, lo que más me desanima es que muy pocos se preocupan de las causas para centrarse en los efectos, con lo cual poco o nada se podrá prever o evitar. Y todo esto que nos parece muy lejano, a la larga o a la corta, tendrá efectos en nuestro modo de vida. Desde USA a Indonesia, pasando por el Barbanza.
Hemos fiado demasiado a los mercados. Tanto que controlarlos es ya una tarea difícil. Los políticos, en su mayoría, son esbirros de ellos y su acción consiste en proteger sus intereses; manteniendo a raya a los ciudadanos, cercenando cada vez más sus derechos. Los valores éticos se los pasan por el arco del triunfo y utilizan la Justicia como instrumento. O hay un cambio o las sorpresas no habrán hecho más que empezar.