Xoán Fernández: una vida condensada en treinta cuadros

BARBANZA

CARMELA QUEIJEIRO

El autor palmeirense detiene el tiempo en una crónica pictórica que permite recorrer en una sola sala sus últimos tres decenios

24 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Abstracción vs figuración»???Xoán Fernández???Centro Cultural Lustres Rivas (Ribeira)?? Hasta el 28 de mayo???Cae la tarde cuando entras en la amplia sala del Lustres Rivas, por cuyo ventanal se filtra la luz de un paisaje portuario y marino. Vas para contemplar la colección de cuadros que el pintor palmeirense Xoán Fernández ha reunido bajo el título de Abstracción vs figuración. Los treinta trabajos allí expuestos abarcan un período de 32 años (1984-2016).

Sentado frente a las pinturas, de pronto rememoras que el arte solo cree en un dios: el silencio de Dios. Ante tal silencio, la voz del poeta Uxío Novoneyra regresa para recitarte levemente al oído: «A pintura fala dun tempo que remata en cada alento». En esta constelación y bajo la experiencia de este silencio, que palpita en cada obra, se siente que lo que ha existido se une con el ahora, como en el trallazo de un rayo. Por eso, a diferencia de los soportes tecnológicos, los cuadros se pueden permitir el lujo de ser estáticos, porque han capturado el enigma real y, con él, se mueven perpetuamente.

Mirando, que no viendo, los lienzos de Fernández uno piensa que tal vez pintar es abrir una crítica detención del tiempo en medio de nuestra cronología acelerada. De otro modo, la pintura, traicionando la temerosa obsesión de nuestro consenso social, logra que por fin ocurra algo; pone un poco de fiebre en nuestra frialdad afectiva, una fulguración en la opacidad de nuestra vida cotidiana.

Explosión de colores

Quizá abre la puerta de lo visible para que en la penumbra asome la sombra de lo invisible, o la ráfaga de una reminiscencia. Pensemos, por ejemplo, en esa explosión de vivos colores que, como enigmas, destellan en la mayoría de los cuadros abstractos (casi todos sin título), que aparecen intercalados entre los figurativos de una colección que permanecerá abierta hasta el próximo 28. Esas fulgurantes combinaciones de colores que a veces (no todas) se expanden desde un punto central, como variaciones de un nudo cardinal, parecen recordarnos que viven en nuestra intuición dos memorias distintas de las imágenes.

Unas se mantienen colgadas ?figuradamente? en la sala de la cronología pública, remitiendo unas a otras en la cobertura publicitaria que las protege. Otras, de más difícil acceso y raras, por así decirlo, nos detienen con una acumulación extraña del tiempo. Tiemblan con el tiempo dentro, en una vibración que reúne lo concreto y lo abstracto. Como ocurre en estos pequeños cuadros de Fernández.

Enfrentado a su silencio, en los lienzos figurativos, en los que el artista parece rendir homenaje a sus maestros, a sus antepasados (¿y a sus espectros?), palpita la latencia original como reto de toda creación, que ha tomado forma en esos rostros ?a veces ocultos, pero que se adivinan, como el del rapaz observando el cuadro de Hopper, o de los mozos de Empty country y Leonardo na uci?, esas escenas de lugares posibles del universo.

Tal vez en cada una de las obras, de una u otra manera, alienta todo lo que ha vivido, amado, temido y sentido el pintor, como si todo eso no fuera seguro y por eso tuviese la imperiosa necesidad de plasmarlo en unos humildes lienzos, como si se tratase de un recorrido clandestino a plena vista, de una crónica de momentos carentes de ninguna otra épica que la de existir.