Unos días atrás escuché a uno de esos tertulianos que pululan en los medios aseverar que en la elecciones del 26-J nada cambiará sustancialmente en el panorama político para, acto seguido, comenzar a cargar sin rubor contra la nueva confluencia de izquierdas sellada entre Podemos e Izquierda Unida. Hace poco oíamos a la descubridora de presuntos chorizos Esperanza Aguirre, una señora que llegó al poder gracias a dos tránsfugas, alertar en plan Mariano Ozores contra la llegada de los comunistas, como si los vikingos estuviesen a punto de desembarcar en Catoira. En el otro rincón, una parte de la derecha mediática española se desvive enfangándose, buscando o fabulando trapos sucios dentro de la confluencia para intentar mantener esa máxima de que todos los políticos son iguales y que las diferencias son fruto de nuestra imaginación.
Y entre todo este circo Manuela Carmena y Ada Colau no solo mantienen el pulso a las dos mayores ciudades del Estado si no que al parecer suben en popularidad y en intención de voto sin tener que meter a nadie en un gulag. Y en nuestra zona, tanto los que gobiernan como los que están en la oposición tampoco parece que estén desayunando niños ni quemando iglesias.
Nos advierten que son demasiados y de ideologías muy diversas. Naturalmente que entre esta amalgama de siglas y principios habrá confrontación, lo contrario sería francamente preocupante, pues correrían el riesgo de asemejarse a otros partidos que siguen ciegamente a su líder en un estilo muy similar al de Corea del Norte o al de los roedores del flautista de Hamelin.