Dejándose la piel y hasta el corazón en el agua

antón parada RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

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Rubén Fernández, en el interior del galpón de piragüismo del centro deportivo pontevedrés. ramón leiro< / span>

El boirense conquistó, junto a tres deportistas, el tercer puesto del campeonato del mundo de piragüismo

22 may 2016 . Actualizado a las 23:21 h.

Un chico está sentando en el banquillo durante un partido de fútbol de los cadetes del CD Boiro. Cansado de la situación, se repite a sí mismo que ya es hora de aceptar el consejo de su primo. Siempre había odiado el agua, el joven de 14 años conocido por hacer la fotosíntesis en la toalla durante los días de playa probó suerte en el ahora denominado Club Piragüismo Rías Baixas Náutico Boiro en Escarabote.

Hoy, Rubén Fernández Casais (Boiro, 1998) es uno de los mejores activos del Centro Galego de Tecnificación Deportiva (CGTD) de Pontevedra. Desde estas instalaciones de alto rendimiento cabalga la canoa con la que, junto a otros tres piragüistas, se hizo con el bronce del campeonato mundial de la categoría C4. Mas su historia está plagada de olas que le derribaron de la embarcación para volver a subirse una y otra vez sin rendición.

Aprender a montar

En sus comienzos, Rubén Fernández barajó dejar este deporte acuático cientos de veces, pero conoció a un mentor esencial, Alejandro Conde, el único canoísta en aquel momento en el equipo. El boirense había empezado en verano de 2013, mediante ese gran apoyo empezó a apuntar mejorías y superó el control que le metió en la Copa de España, donde consiguió un discreto duodécimo puesto.

A partir de ese primer año, su entrenador oficial se centró en él. Para ello le puso a entrenar con los chicos del kayak -embarcación ligeramente más veloz- siendo el único de su modalidad. Así llegó de nuevo a la prueba selectiva del 2014 en Sevilla que le abría la posibilidad de repetir en el torneo nacional un mes después. Pero no iba solo, le acompañó una dura gastrointeritis. En el pistoletazo de salida vomitó y volcó. Sin embargo, cuando llegó a la meta había adelantado 27 posiciones.

Esa vez en el campeonato de España no pasó desapercibido, para sorpresa de todos se hizo con el quinto puesto. Y recibió la llamada del pontevedrés CGTD. Todo iba perfectamente, hasta que en el reconocimiento médico algo no cuadró. Acababan de descubrir que poseía el poco frecuente síndrome de Wolff-Parkinson-White: «Me dijeron que con este problema de corazón no podría remar en sus instalaciones, que estaba en peligro de muerte súbita», recordó él.

Aquella enfermedad afectaba a sus ventrículos, haciendo que la onda de cada latido sucediese antes de lo previsto, con el peligro de que si montaba a otra podría fallecer instantáneamente. Su sueño se esfumaba, «parecía que cuando despegaba me cortaban las alas». Pero el destino se resignó a abandonarle y un aplazamiento de otra operación le permitió ocupar su lugar en la lista. Un mes después de la intervención, desoyendo las advertencias de la familia, quedó segundo en una regata provincial.

Convertirse en jinete

La rutina no es fácil en el centro, donde compaginan duros entrenamientos de lunes a sábado alternados con las clases usuales. Su primera temporada estando en él fue nefasta. Acabó vigésimo segundo en la copa estatal: «No importa, las olas y el viento son iguales para todos».

Una vez más pensó en abandonar, no obstante su adiestrador se lo impidió y formó un equipo para la modalidad de cuatro personas (C4), poniéndole a la cabeza, pero por el que nadie hubiera apostado nunca. Álex Bernárdez, Alfonso Domínguez, David Barreiro y él pertenecían a ese clase de atletas repuestos, prácticamente desahuciados de la escena.

Pilotaban una canoa de segunda mano pintada con rotulador de la que todos se burlaban. Con solo dos días para hacerse al conjunto ganaron la prueba selectiva por una distancia de embarcación y media. Si hacía tres meses sus carreras estaban tocadas, en el mundial, en la ciudad lusa Montemor-O-Velho, se subieron al tercer escalón del podio. A solo un segundo y medio del primero.

«Era como una escultura moderna; juntaron trozos de chatarra y crearon una obra de arte», así definió la transformación del equipo Rubén Fernández. En estos momentos se preparan para la prueba de este viernes, que podría volver a darles la llave del campeonato del mundo 2016 que se celebrará este julio en Minsk (Bielorrusia). Después de todo lo que ha vivido, ya no hay ninguna ola que pueda derribar a los héroes que empuñan el remo.