Los últimos en abandonar la plaza

Antón Parada CRÓNICA

BARBANZA

18 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Escribo estas líneas con el sabor de la tardanza, pero me parece una sensación apropiada para el recuerdo que pretendo desempolvar. Durante la madrugada del 15 de mayo de 2011 me encontraba en Madrid, durmiendo plácidamente a escasos metros de la sede del partido del gobierno en aquel momento. Ni los políticos del número 70 de Ferraz, ni los inquilinos del 52, podríamos haber adivinado en aquel momento que la interrupción del sueño de un puñado de manifestantes en la Puerta del Sol, con un despertador en formato antidisturbios, cambiaría por completo la forma de ver la política de millones de españoles.

Confieso que al día siguiente no pisé el quilómetro cero. Sin embargo, a medida que algunos telediarios fueron endureciendo su lenguaje -en esa delgada línea que separa la información de la interpretación- mi curiosidad fue creciendo paralelamente, al igual que la de muchos otros. Cuando al fin salí del intercambiador de Sol, este no se parecía en nada a su estampa turística habitual. Aquellas cuatro tiendas de campaña se habían multiplicado convirtiéndose en un auténtico campamento donde convivían cientos de pensamientos distintos con las ganas voraces de aprenderlo todo, de personas que no habían tenido nunca interés político.

Después llegaron las asambleas generales, junto a sus homólogas en cada barrio, y con ellas mi primera decepción. Pasamos jornadas de tortuosas e incontables horas debatiendo de cualquier asunto que saliese a colación y cada domingo se votaban religiosamente, hasta un par de veces, la negativa a que el movimiento se constituyese como organización política. Eso sí, siempre buscando un consenso mayor al 95%. Si la democracia parlamentaria es tan agotadora como la directa, empieza a cobrar sentido eso de las dietas desorbitadas. No obstante, pude recuperar la ilusión en uno de mis regresos por vacaciones a Ribeira. El eco había llegado también a la plaza del Concello dando lugar a Indignados Barbanza. Y así se fue reproduciendo en distintas escalas a lo largo del territorio gallego.

Cinco años más tarde, ¿qué nos ha quedado de aquella noche? Pues me vienen a la cabeza unos cuantos rostros que incumplieron aquella promesa de quedarse solo ante la verja del Congreso. Tienen nombre y papeleta. Poco a poco el discurso se fue amansando y aquel decálogo de propuestas para reformas fue menguando. Sentí una mezcla de orgullo y tristeza cuando hace tres días volví a ver la explanada repleta. Puede que los cambios no lleguen al ritmo de las consignas, mas solo hay que abrir un programa electoral para ver la huella que los agentes sociales se vieron forzados a seguir. Todo porque alguien fue el último en abandonar la plaza.