Superman

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

21 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Mis piernas son fuertes, sujetan el cielo, las entreno imaginándome que soy el vikingo Erik el Rojo atacado por un oso polar. Mi tórax es una férrea amalgama de prensas hidráulicas, soy 95 kilos de Esparta, la montaña que cabalga.

Y sin embargo, en los días de lluvia, la señora del paraguas me ve caminando por mi derecha, al abrigo de las cornisas, y decide embestirme con la rinoceróntica punta de su paraguas. Cierra los ojos y ya no es una señora, es Máximo Décimo Meridio cargando contra los germanos.

Da igual quién avance frente a ella, sea yo o sea un triceratops, ¡la señora va a pasar con un par! Por una mezcla de educación y miedo, me aparto y recibo el aguacero sin nada que me tape mientras ella transita ufana, cubierta por su paraguas y los salientes de los edificios.

Estas cosas me afectan, me hacen perder la fe en la democracia. ¿Cómo vamos a construir una sociedad equitativa si, llevando uno paraguas, no deja el resguardo de los chapiteles a quien no lo lleva? Es uno de los pequeños actos solidarios que todos deberíamos tener automatizados. Hay un grito dentro de mí, hay muchos gritos en ese grito, chillan: «La próxima vez no te apartes, deja que la señora choque contigo».

Continúo caminando y viene hacia mí un niño con paraguas de Superman, por simpatía hacia Clark Kent hago ademán de apartarme, pero el chaval se me adelanta y pasa por la zona descubierta, desprendiendo una bondad natural, silencia mi grito interno y deja escrita en la lluvia la moraleja de este artículo: que las mezquindades del mundo no te vuelvan mezquino.