Palabras de Meryl Streep

Maxi Olariaga MAXIMALIA

BARBANZA

10 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ya tiempo que busco una frase rotunda, unas palabras llenas de sentido que expresen la banalidad de las conversaciones abarrotadas de nada, la pérdida de tiempo y la fatuidad de lo superfluo. Busco sin hallar esa frase definitiva, ese razonamiento encadenado que me libere de la estupidez y la inanidad a la que tan proclives somos para así, consciente o inconscientemente, olvidar lo que verdaderamente importa y da sentido a nuestra vida, elevándonos a la categoría de seres inteligentes y alejándonos de la mediocridad y la instalación en la estulticia a la que penosamente tendemos. Esas charlas de café en una terraza que podrían ser gloriosas a la luz tan esperada de la primavera, en las que hay quien llega a alterarse en el intento de que prevalezca su opinión sobre la de los demás cuando se está hablando de trivialidades como pueden ser las marcas de moda o las gafas y relojes que están a la page.

Superficiales opiniones sobre viajes, en las que enseguida uno percibe que el viajero/a que habla, emprendió para restregárselos en los morros a aquellos compañeros de mesa que, por las razones que fueren, nunca estuvieron en Ámsterdam, Dalmacia, Londres, México o Beijing, dejando al descubierto con su infame canallada, que lugares tan deseados y hermosos no vinieron de regreso en su corazón sino en su lengua dispuesta a provocar la envidia y la desazón en quien se tiene por amigo. Buscaba yo, como les digo, una frase lo suficientemente alumbrada e inteligible con la que poder desnudar y responder a estas personas tan dadas a causar amargura y ofender a quien les escuche y soporte su inmunda, impúdica y continua exhibición del poder del dinero que se halla en sus perfectas e ignorantes manos de figurones de salón, distantes como las lámparas de los altos techos y frías como los cubitos de hielo náufragos en el mar de la bebida de moda. Pero por más que intentaba hilar el oleaje de ideas que perturbaban mi ánimo incontroladamente, no conseguía darles forma, esculpirlas y al fin trazarlas con mano firme sobre el papel en blanco que pacientemente esperaba horas y horas por mi inspiración final.

Estaba, ciertamente, harto de tanta soberbia e ignorancia. De tanta moda efímera, de tanta marca visible para que se sepa que con las gafas de sol que lucen podrían comprase veinte docenas de las que tú usas. Saturado de tanta tontería con las cosechas de vino apreciadísimas, que no distinguirían si a la botella le faltase la etiqueta. Ahíto de tanto escritor, película o artista que «se lleva muchísimo» este año, que en verdad sufría por no dar con el martillo que enterrase en el lodo aquel arrogante y vacío clavo de oropel. Pero, cuando menos lo esperaba, cuando había perdido toda redención y casi había rendido mi bandera libertaria, se me apareció la maravillosa Meryl Streep en una entrevista de prensa. He aquí sus palabras: «Ya no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante sino, simplemente, porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o hiere». Gracias, Meryl me has salvado la vida. Gracias a ti he hallado la respuesta a lo que ahora tanto se lleva. Esa moda, ese postureo, que al final no es sino vacío, insensibilidad, estupidez y desamor.