Conductores suicidas

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

17 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En la democracia ateniense cualquier ciudadano podía hablar en la Asamblea Popular si así lo deseaba. Ahora bien, se consideraba una afrenta decirle a esa persona que «llevaba el discurso preparado» o que «solo bebió agua antes de hablar». Lo que allí estaba bien visto era ir con una buena cogorza y, aún así, ser competente hilando una disertación ante 4.000 personas.

Una perorata coherente, claro, pues era el ateniense un público severo y te abucheaban a la mínima. Por tanto si en otra vida amanecemos en la Atenas de Pericles, podemos tomarnos unas ánforas de vino e intentar razonar frente a la multitud. Lo peor que puede pasar es que seamos silbados como el pobre Rafa Benítez.

El problema viene cuando traemos a nuestros tiempos esta costumbre y vamos de bar en bar copeando e improvisando homilías a los parroquianos, podemos ser aplaudidos o repudiados, pero ¡ay, amigo!, aquí puede pasar algo mucho peor que la reprobación tabernera, puede pasar y pasa que hay a quien le da por coger el coche. Entonces el tema ya deja de tener gracia.

Generalmente cuanto más nos alejamos de la Grecia clásica más nos acercamos a la barbarie, al primate, y el hombre que conduce borracho es lo más distante que hay al espíritu de Atenas, es más antropoide que persona porque pierde la Razón, pierde el «logos» que antiguamente era necesario para ser competente en la Asamblea. Así que si valoras tu vida huye del simio y compórtate como un griego cuando bebas: usa la lógica, ponte túnica y deja el coche en la Caverna de Platón.