No sé, en verdad, cuál es su queja. Vivimos en el siglo de la riqueza, en un país rico y en una opulenta sociedad. Todo tiene remedio. Se acabaron las enfermedades para siempre. Podemos viajar a cualquier lugar y en cualquier medio. Aviones, trasatlánticos, trenes de alta velocidad y nuestro propio coche equipado con ordenador, guía por satélite... y yo que sé cuántas cosas más. El dinero es de plástico y solo hace falta su firma al pie de un papel tan insignificante que parece inofensivo.
Siéntese a ver la televisión, esa que le han metido en casa arañándole de su pensión o de su nómina pequeñas cantidades para que pueda llegar hasta las fronteras del universo y observar desde su salón todo aquello que sucede en su vida, en las de sus vecinos y en sus alrededores. Acomódese en la barra del bar, pida un reserva de rioja y encienda un cigarrillo de contrabando. Lustre sus zapatos restregándolos en su pantalón y dispóngase a charlar de hípica o tenis, salpicado con algún rugido de la Fórmula 1. Adorne todo con una pizca de pimienta y sal aludiendo a las adicciones de Kate Moss, a la roja o al Código da Vinci y será usted el perfecto personaje de la sociedad del bienestar. No estará de más que, entre trago y bocanada, ponga al gobierno a los pies de los caballos y aluda a la firmeza y seriedad de Merkel. Esa sí que es una dirigente como Dios manda. No estos advenedizos que nos gobiernan que vaya a saber dónde y de quién han nacido.
Así le asaetearon diariamente, diez veces cada hora, durante el fin de siglo y XX y el comienzo del XXI y usted se lo creyó y siguió a pies juntillas el consejo de su banco. Celebró su despedida de soltero en Roma y su luna de miel en Punta Cana. Se compró un piso y hasta jugó en bolsa lo que le sobraba de las propinas que dejaba al cortador de jamón pata negra, claro. Y hoy, a la puerta de su casa, asido a su attaché de cocodrilo, ve como el secretario del juzgado levanta acta de su desahucio porque el euríbor se ha disparado y le debe usted al banquero lo que él debe al estado, es decir a usted mismo. Vaya lío, camarada. No le salvan a usted ni los del 15-M.