Los salmones de la ira

Alicia Fernández

BARBANZA

27 mar 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

L as uvas de la ira, obra maestra de John Ford, transcurría en la dura época posterior al crac del 29. Una familia de granjeros expulsada de su terruño inicia un viaje en busca de un paraíso llamado California. El viaje será difícil y el esperado Edén no lo será tanto. Aquí, en una coyuntura económica delicada, que impide cerrar la puerta a nuevas expectativas de negocio y empleo, unas jaulas viajan con dificultades desde la ría de Arousa a la de Muros-Noia. Los sueños de generación de empleo (exagerados por sus defensores) también pueden agriarse ante las repercusiones medioambientales. Además de amenazar con enquistarse en los tribunales.

Pero veamos el asunto desde otras perspectivas. En primer lugar hay muchas personas que están deseando saber por qué a una empresa noruega, vestida de medio gallega, se le otorga permiso para instalar jaulas experimentales para la cría de salmón en la ría de Arousa. También sería interesante saber a cambio de qué. Pues dan por hecho que, primero, esas jaulas tendrán una rentabilidad y, segundo, son la puerta de entrada para conseguir las concesiones definitivas. No lo aclaró quién en su momento las autorizó, pero tampoco quién entonces las criticó y ahora intenta arreglar el problema. Un proceso oscuro donde las empresas gallegas fueron relegadas.

Desde el punto de vista biológico se manejan muchos estudios pero su práctica totalidad se refieren a experiencias en zonas con condiciones sustancialmente distintas y sin la saturación de cultivos de las rías gallegas. No se pueden extrapolar estudios de zonas de mar abierto o donde nos existe otro cultivo. Pero este hecho no es motivo suficiente para no realizar la experiencia. En ese sentido parece oportuno y serio el ofrecimiento de la Consellería do Mar para crear una comisión de seguimiento, aunque otra cuestión sería su composición y el poder vinculante de sus conclusiones.

Por último está el rechazo social de las gentes del mar y su poder de presión ante lo que ellos subjetivamente consideren como amenaza, que responde a su especial relación con el recurso. Si hace algunos años se acuñó la expresión «o mar é de todos» ahora, de facto, se ha dado un giro radical y más parece el cortijo de unos pocos. Ese sentimiento, permitido e incluso jaleado en ocasiones por las Administraciones, es responsable de su actual estado. Protestan aquellos que tienen acotadas las playas y el mar de todos los gallegos con nula o escasa contribución por ello. En el caso del marisqueo sin dar cuenta de su irrisoria rentabilidad cuando pequeños viveros de particulares, sin estar subvencionados, son viables. Otros que no aceptan un canon de ocho mil euros por diez años cuando venden sus concesiones por cientos de miles.

En resumen, este asunto fue mal gestado y peor parido. Pero eso no puede ser excusa para que unos pocos, que gozan ya de derechos exclusivos, decidan sobre lo que es de todos y puede generar riqueza para Galicia.