«Ahora se hacen analíticas, pero se ha perdido el contacto con el enfermo»

C. Alfaya

BARBANZA

Tras haberse retirado en el 2000, este médico descubrió en el estudio de la heráldica barbanzana su nueva pasión

29 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Sentado a los pies de la ventana de su «guarida», como llama a su despacho, Ramiro Villoch vuelve la vista al pasado para rescatar algunos momentos que vivió en la casa que desde siempre es su hogar. Sus recuerdos de niño huelen a mar, a pescado y a vida. «En esta calle había siempre mucha actividad. Los edificios de la ribera eran fábricas de salazón y desde la ventana se podían ver las descargas de pinos en la playa». La estampa que ahora ve cada mañana a través de los cristales ha cambiado, pero no el apego que sigue sintiendo por A Pobra.

El apellido Villoch remite directamente a catalán. Y es que este médico tiene antepasados de Cataluña. Sus tatarabuelos fueron los primeros miembros de su familia que arribaron hasta A Pobra y su abuelo fue uno de los que se establecieron en la localidad y montaron una fábrica de salazón.

Más de cien años de historia que saben a poco cuando los vestigios del pasado se hacen presentes a través de la memoria. «El lugar donde hoy aparcan los coches en Cabío era antes el campo de la secada, donde se dejaban las redes al sol en verano», recuerda con nostalgia.

Historia propia

Ramiro Villoch ha dejado su huella en la historia de su familia siendo el facultativo decano de la comarca de Barbanza. «Fui médico día y noche durante cuarenta y cuatro años de mi vida», dice sin querer darse importancia.

Cuando se le pregunta por qué se decantó por la carrera de Medicina, se ríe y contesta: «Había que decidirse por alguna». Pero la verdad es que algo ya lo impulsaba a seguir ese camino, pues el verano antes de matricularse en la facultad de Santiago se preparó como ATS «aunque nunca llegué a ejercer».

En el año 1950 comenzaba la andanza universitaria de este pobrense, que nunca se olvidó de volver a su tierra. «La mejor etapa de mi vida fue la de estudiante». Al terminar sus años de formación tenía claro cuál era el paso siguiente que quería dar: «Quería irme a un puerto con mar, donde hubiese barcas». Regresó a A Pobra para probar suerte y se quedó.

Contacto

En los 44 años de su vida que ha dedicado a la profesión ha tenido que hacer frente a muchos «disgustos, apuros y satisfacciones» con la única ayuda de un aparato para medir la tensión, un fonendoscopio y una máquina de rayos X para diagnosticar a los pacientes. «Ahora se hacen analíticas, pero se ha perdido el contacto con el enfermo, el estudio de su historia clínica».

Cada día recibía la visita de 30 o 40 personas con diversas dolencias a las que tenía que curar con los remedios que había a mano. «Algunos navegantes guardaban antibióticos de sus viajes, así que había que recurrir a ellos».

En casi medio siglo ha traído al mundo a muchos jóvenes pobrenses que aún hoy le recuerdan que él les curó muchos catarros. Pero Ramiro Villoch es un hombre discreto, de esos a los que no les gusta hablar de sí mismos. Quiere pasar desapercibido, aunque no le resulta fácil conseguirlo: «Si puedo pasar por la puerta de atrás no paso por la de delante», afirma con contundencia.

En el 2000 colgó el fonendoscopio. «No me traumatizó en absoluto. Ahora soy libre en mi propia casa, cuando antes tenía que levantarme como mínimo tres veces durante la noche para atender a la gente que venía por urgencias».

Documentos antiguos

Ahora pasa los días «con papelotes antiguos». Y es que en la vida de Ramiro Villoch no tiene cabida el aburrimiento. Durante el invierno, aunque también en los meses de verano, se dedica a recopilar información sobre los escudos de las villas de la comarca. De momento, ha elaborado estudios sobre la heráldica boirense, de la que ha publicado un libro, y de la pobrense, un trabajo aún por terminar.

Aunque pueda parecer una afición curiosa, Ramiro Villoch es un amante de la historia y por eso pasea casa por casa buscando y fotografiando los blasones que embellecen las fachadas de algunos de los edificios más emblemáticos de la comarca.

Todo empezó con un regalo: «Un sobrino me regaló unas fotografías de veleros de antaño. Me gustó y me aficioné a remover el pasado». Así, compilar fotografías y dibujos de antiguas embarcaciones se convirtió en el primer trabajo de campo que este pobrense llevó a cabo. Eso dio fruto a una exposición que ha recorrido diferentes puntos de la comarca.

Quizá recoger las huellas de los que ya no están sea la manera que Villoch ha encontrado para aportar un grano de arena a la historia de A Pobra, que no ha permanecido impasible ante el avance del progreso. «Es importante conservar las secuelas que nuestros antepasados nos dejaron y por las que tanto lucharon, porque nosotros solo estamos dejando una huella de ladrillo, cemento y alquitrán».