Taragoña aún recuerda a su párroco

BARBANZA

El pueblo rianxeiro sigue sin perdonar a la Iglesia que en 1970 le apartara de su querido sacerdote, quien desde hace un par de años se encarga de la capilla de Sirves

02 nov 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Han pasado casi cuatro décadas desde que el pueblo de Taragoña lidió una batalla contra la Iglesia para tratar de evitar la marcha de su párroco, Vicente Sampedro, pero la herida sigue viva en la parroquia. Aún hoy hay vecinos que entierran a sus seres queridos sin requerir los servicios de un cura y se trasladan a otros templos de la comarca para recibir los sacramentos. La localidad rianxeira es incapaz de olvidar a un sacerdote que, desde hace un par de años, predica con el ejemplo en la capilla de Sirves, en el municipio de Ribeira.

El tiempo no pasa en vano y a sus 74 años, Vicente Sampedro sufre las consecuencias de un problema de falta de riego que hace que sus manos no siempre le respondan. Sin embargo, guarda en su retina lo que sintió aquel 29 de septiembre de 1970, día en el que tuvo que hacer las maletas y abandonar a los vecinos de Taragoña: «Lémbrome perfectamente porque era San Campio, eu estaba de interino na parroquia rianxeira e outro cura pediu aquela praza. Foi só iso».

Aunque el párroco se esfuerza en restar importancia a la polémica decisión adoptada por el Arzobispado, en el fondo es consciente de que su forma de actuar durante los dos años y medio que estuvo ligado a Taragoña le pasó factura: «Deuse unha circunstancia moi especial, porque os fregueses estaban cansados do meu antecesor, un sacerdote que levaba moitos anos e que era moi interesado».

Los vecinos son mucho más explícitos a la hora de hablar de aquel sacerdote: «Estivo uns corenta anos na parroquia e era o típico cura ao que lle había que levar os ovos e demais prebendas. Nunca lle perdoou nada a ninguén, nin sequera ás familias máis desfavorecidas en plena época de guerra e de fame».

Y llegó Vicente Sampedro e hizo que los cimientos del poder eclesiástico se tambalearan. No solo no cobraba por oficiar bodas, bautizos, funerales, comuniones y otras ceremonias, sino que cultivaba su huerta para repartir las patatas entre los pobres y era incluso capaz de desnudarse para abrigar al prójimo. Su generosidad y al mismo tiempo rebeldía hacia sus colegas afianzó las convicciones religiosas del pueblo de Taragoña, pero encolerizó a sus compañeros de sotana.

Amargo destierro

Aún costándole mucho aceptarlo, Vicente Sampedro confiesa ahora que su magnánima actitud pudo tener algo que ver en la decisión que tomó el Arzobispado en 1970, cuando lo envió a Sobrado dos Monxes. Aunque en esta especie de destierro, el párroco intentó dar continuidad a la labor que había iniciado en Taragoña, reconoce que el palo fue demasiado gordo hasta para él: «A xente do interior é moi distinta á da ría, que é espontánea e cariñosa. A estancia en Sobrado foi minando a miña enteireza psicolóxica e, despois de tres anos, coincidindo coa enfermidade da miña nai, decidín regresar á casa, a Sirves».

El sacerdote recuerda con mucha tristeza aquella etapa de su vida. Señala que se sentía «desairado coa Igrexa» y fue por ello por lo que decidió aislarse, encerrándose en su hogar, arropado por su familia. Pero, pese a todo lo ocurrido, no renunció a su fe, es más, oficiaba las misas en su casa, hasta donde se desplazan un buen número de fieles procedentes de muy diversos lugares. Y así estuvo Vicente Sampedro 15 años, apartado del oficio, pero sin renunciar a la vocación.

Luego, aconsejado por un amigo y tras un período de intensa meditación, el antiguo párroco de Taragoña se abrazó de nuevo a la Iglesia. Durante más de 18 años, el cura se enfundó cada mañana su sotana para atender la parroquia de Armentón, en Arteixo. Allí siguió tratando de cumplir su misión: extender la fe cristiana predicando con el ejemplo. Pero los tiempos habían cambiado y Vicente Sampedro sabe que su cometido ya no era tan importante como el que podía haber desarrollado en aquel pueblo rianxeiro que un día se vio obligado a abandonar.

Estando en Arteixo, sufrió los achaques propios del paso de los años y, en julio del 2006, decidió instalarse de forma definitiva en su casa natal. Pero, como lo suyo es vocación y no simplemente una profesión, consiguió el visto bueno del cura de Seráns para poder encargarse de la capilla de Sirves. En la pequeña ermita dedicada a la virgen de los Dolores es posible verlo cada tarde, al pie del cañón.

Dentro de sus posibilidades, que a día de hoy no son demasiadas, Vicente Sampedro sigue empeñado en aportar su granito de arena para hacer felices a sus feligreses. Explica que, aunque el horario de misas en la capilla está fijado para las seis de la tarde, no tiene ningún inconveniente en modificarlo y adaptarlo a las necesidades de los vecinos: «Cando ven unha persoa e me di que quere ofrecer unha misa pero que non pode vir a esa hora, ofíciolla a outra distinta, porque a min dáme o mesmo».

Y mientras los vecinos de Sirves tienen a Vicente Sampedro a su entera disposición, en Taragoña continúa el rencor hacia el poder eclesiástico que hace casi cuatro décadas dejó a los feligreses en la estacada. Hace solo unos días que en el cementerio hubo un entierro al que no acudió cura alguno y la elección de otra parroquia para las bodas y los bautizos es frecuente.