Una protesta obligó a desconectar la máquina que marcaba las horas; los vecinos recogen firmas para que se escuche de nuevo
12 abr 2008 . Actualizado a las 02:00 h.En Asados hay vecinos que llevaban toda la vida levantándose al son del reloj de la iglesia; otros tantos que esperaban a que ese «reloxiño» ofreciese su melodía para descubrir que eran las dos en punto y sentarse a la mesa, y tampoco faltaban quienes no regresaban de los trabajos en sus tierras hasta que contaban por los dedos las campanadas que procedían de la máquina que marcaba las horas a todo un pueblo. Pero todo eso es pasado. Una protesta acabó con el sonido que propagaban unos altavoces colocados en el campanario, e hizo empezar una guerra: la del reloj.
Las cosas se precipitaron cuando una vecina, que lleva años viviendo muy cerca del campanario, se quejó por el volumen del aparato, que sonaba cada media hora y que, además de las típicas campanadas, ofrecía una alegre melodía. Aunque ella prefiere no opinar por ahora, parece que la situación la desbordó, sobre todo, porque el altavoz que realmente se escuchaba es el que se orienta hacia su vivienda.
Sabedor del malestar de la residente, el párroco cortó por lo sano. No se limitó a bajarle el volumen, sino que apagó el aparato y punto. Además, no dudó en hacer referencia al asunto aprovechando la presencia de los feligreses en un acto religioso.
En cuanto el cura les explicó la causa por la cual el sonido made in la iglesia de Asados desapareció, los vecinos no lo dudaron: lucharían para que el reloj volviese a entrar en sus vidas.
Así fue como, entre otros residentes, Ramón Agrelo acabó yendo por las aldeas a pedir firmas. Ayer, el hombre contaba que se consiguieron unas 400, y eso que quedaron algunos lugares por recorrer. Esta semana se las llevó al alcalde, y ahora espera la respuesta del regidor.
Tanto él como el resto de los afectados comentan que la vecina hizo su casa «cando o reloxo xa estaba» y que no saben a qué vienen ahora las quejas. Insistiendo en que no está bien privarles de un sonido «que leva aí toda a vida», están dispuestos a escenificar su malestar donde haga falta: ayer, unos cien acudieron con sus firmas al atrio.