Un barbanzano en Nueva York (1)

| MANUEL RÍOS |

BARBANZA

CRÓNICAS VIAJERAS

14 dic 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

¿ES POSIBLE escribir hoy una crónica original en torno a Nueva York? He ahí el reto. Para intentarlo, seguimos la propuesta que Antonio Gala plantea en su faceta de pregonero. Estima el autor que no es posible enseñar una ciudad; que, para conocerla, es preciso asomarse a ella, empaparse de ella, perderse en ella, patearla... Y es lo que hemos hecho. El resultado, estas líneas. El sur no existe. Al llegar a Manhattan nos invaden dos sentimientos: la admiración por sus modernas Torres de Babel y la curiosidad por ver de cerca y por uno mismo la Zona Cero. Así que, en la primera ocasión, nos encaminamos al sur de la isla, porque allí -en el sur- se encuentra la Zona Cero. ¿Qué vemos? Un solar vallado, inmenso pero empequeñecido por los rascacielos que lo circundan, dos de los rascacielos inmediatos seriamente afectados por la barbarie y todavía en proceso de rehabilitación, docenas de curiosos y una cruz de hierro que recuerda la hecatombe; además de las gaviotas, tristes y de aspecto paupérrimo, que recuerdan el día aciago y sus consecuencias, en contraposición a las «gaviotas de luz» que percibió José Hierro cuatro años atrás de la tragedia. Para confirmar el peso del sur, próximo a lo que fue el complejo del World Trade Center, la Bolsa, auténtico centro neurálgico de esta pequeña aldea universal en que convertimos el planeta. Pocos cientos de metros más allá, la guinda, el edificio del Ayuntamiento, la sede del gobierno de la ciudad, sede en la que no tiene despacho el alcalde, el señor Bloomberg. Porque los alcaldes de Nueva York ejercen tan alta responsabilidad desde un palacete próximo, ubicado en un entorno envidiable, con un jardín por el que pueden verse corretear las ardillas. Por cierto, nuestro cicerone nos comenta que la primera autoridad ciudadana es un magnate de la comunicación deseoso de compensar a la sociedad por la posición económico-social que ésta le propició. Por ello, su salario es de un dólar mensual. Nueva York, ciudad social. A toro pasado, a comienzos del siglo XXI, justo es reconocer que los mandatarios que organizaron la vida de la ciudad los doscientos últimos años han sabido configurarla de modo que cada visitante encuentre en ella la válvula de escape que necesite. ¿Es usted un guiri? En Central Park se sentirá como en Sevilla, con sus coches de paseo tirados por un caballo. ¿Dispone de buen presupuesto para fundir? Ningún problema, pues en la Quinta Avenida hallará ese objeto de deseo y más. ¿Quiere visitar un curioso parque zoológico? ¿Anhela disfrutar de la representación del último musical? ¿Siente curiosidad por el mundo de los museos? ¡Enhorabuena! Ha recalado en la ciudad con capacidad para atender cualquier deseo, por estrambótico que sea. Por nuestra parte, entramos a una importante librería de tres plantas ubicada en Broadway. Mostramos interés por los grafitos y un amable dependiente nos señaló el anaquel: disponían de dos libros. Tuvimos peor fortuna cuando preguntamos por bibliografía en torno a los relojes de sol: su base de datos no recogía ni un solo título. La presión económica. Al área sur de Manhattan se le conoce como Bajo Manhattan. En contraposición, el norte de la isla es el Alto Manhattan, y, entre ambos, se halla el Medio Manhattan. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que el poder económico empapa todo Manhattan: en el sur se encuentran la Bolsa y el gobierno de la ciudad; el norte, a ambos lados de Central Park, es zona residencial de altísima posición; y el cogollo central acoge la pléyade de rascacielos, sede de tantas y tantas empresas nacionales y multinacionales que acaban conformando el desarrollo y la evolución de nuestras vidas. En las grandes mansiones del Alto Manhattan han vivido John Lennon (Yoko Ono mantiene allí su domicilio), Madonna, Jacqueline Kennedy-Onasis, la ex pareja Mia Farrow-Woody Allen y tantos y tantos personajes del mundo de la farándula rica. Nos llama la atención la presencia en cada entrada a la finca, en la zona exterior, de un bombilla roja. Nos cuentan que se enciende para que los taxistas sepan al pasar que se demandan sus servicios; de este modo, los moradores de la casa se ahorran salir a la calle a detener el automóvil de servicio público en los fríos días de invierno.