La ortografía y las influencers

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

VILANOVA DE AROUSA

VITOR MEJUTO

Gracias a Rociito, acentuamos bien los diptongos y muchas mujeres han denunciado violencia de género

20 jun 2021 . Actualizado a las 13:25 h.

La ortografía ya no es lo que era. Mi padre, sin ir más lejos, solo cursó estudios de Primaria, pero no comete ni una falta de ortografía porque en su tiempo, les hablo de los años 30, las reglas de ortografía eran sagradas y si cometías faltas, no te daban el título de Enseñanza Primaria ni con recomendación. Hasta más o menos los años 80, las reglas ortográficas marcaban las notas en cualquier examen eliminatorio. Y había muchos.

Para empezar Bachillerato, había que hacer un examen que llamaban de Ingreso en el que cada error ortográfico quitaba puntos. Después estaban las dos reválidas, la de cuarto y la de sexto. Eran exámenes que podían frenar en seco tu evolución educativa y tu currículo y en ellos, de nuevo, la be, la uve, la hache y las tildes como amenaza de eliminación por la vía rápida.

Fue en Selectividad cuando noté que aquello de la ortografía empezaba a relajarse. La Selectividad empezó el año que murió Franco. No digo yo que hubiera una relación causa-efecto entre el dictador y la dictadura de la ortografía, pero bien cierto es que en junio de 1975 se realizó el primer examen de Selectividad y me tocó la china de ser uno de los miles de jóvenes cobaya que inauguraron aquel estresante invento.

En el examen, que hice en Zamora, se vio pronto que la ortografía no iba a ser determinante y efectivamente, compañeros de clase que tenían muchas faltas pasaron aquel examen sin ningún problema y cuando meses después desapareció el dictador, tuvimos la sensación de que ortografía y dictadura tenían cierta relación. Se trataba, evidentemente de un dislate, de una tontería política sin ningún recorrido, pero a lo mejor no íbamos tan descaminados en la ridícula asociación entre la libertad y el yo escribo como me da la gana de la que hacen gala incluso algunos académicos cuando siguen escribiendo sólo, éste o rió con tilde a pesar de que la Academia no la exige.

Hoy, la norma ortográfica parece cosa de profesores antiguos y carcas. Cuando exiges en clase escribir sin faltas, te miran con ojos asombrados y te asocian inmediatamente con la prehistoria y la patología mental. A quienes colocamos comas, tildes y signos de apertura y cierre de frases exclamativas e interrogativas en los mensajes de wasap, nos consideran carcundia pura, ridículos, aburridos y motivo de sarcasmo y chiste. Ante ese panorama, ya no nos atrevemos a bajar la nota por las faltas, solo aconsejamos, rogamos, pedimos por favor que cuiden la escritura porque, a la hora de la verdad, en muchos trabajos la ortografía es definitiva en las selecciones de nuevos empleados.

Esta semana, en las páginas de La Voz de Arousa se ha hablado o escrito de ortografía. El pasado martes, José Ramón Guinarte, gerente de la Mancomunidade do Salnés, explicaba su Sistema de Inteligencia Ortográfica, un proyecto con el que «pretende terminar con la problemática de las faltas de ortografía tanto en jóvenes como en adultos» a partir de «un programa mental que ataca la raíz de estas dificultades, aprovechando las altas potencialidades de nuestros cerebros». Ese programa sale al mercado en tres formatos: publicado como un libro físico, editado como un libro digital y como un iBook interactivo y ayuda a corregir las dificultades ortográficas de la lengua española.

El problema de este moderno instrumento para aprender ortografía es que primero hay que convencer al usuario de lo importante que es escribir bien. Si no cree en la ortografía, es imposible que le interese el Sistema de Inteligencia Ortográfica. Mis alumnos de ahora son mayores, estudian el grado de Arte Dramático y se entiende que han superado el Bachillerato y que no cometen faltas, pero de eso nada. He de dedicar la primera semana del curso a repasar la ortografía porque en mi asignatura, Escritura dramática, no está bien cometer faltas -observarán que he escrito «no está bien» en lugar de «es motivo de suspenso»-.

Para que entiendan los casos en que hay que escribir cuándo, qué, dónde o para qué con tilde, he de recurrir a trucos antiguos y burdos como el de que esas palabras se escriben con tilde cuando pueden llevar a continuación el sustantivo cojones (con perdón). ¿Es normal que tenga que emplear estas vulgares añagazas para que unos estudiantes de grado no cometan faltas? Pues así están las cosas.

Esta semana se ha recordado en La Voz la visita de Rociito a Vilanova de Arousa en 1999. Recuerdo que utilicé su paso por la comarca para explicar la acentuación de los diptongos y dejar claro que ni Rociito ni chiita llevan tilde. La fama de la hija de Rocío Jurado ha conseguido logros que uno nunca hubiera imaginado. Uno de carácter menor es servir de ejemplo ortográfico: en los diptongos formados por dos vocales cerradas no se coloca tilde y ahí está el ejemplo clásico de jesuita. El otro, más importante, es que, a partir de su denuncia de violencia machista, cientos de mujeres se han animado a denunciar su situación, algo que no habían conseguido decenas de campañas publicitarias oficiales. Así es la vida: el ejemplo de una influencer es a veces más útil que las reglas ortográficas y las leyes contra la violencia de género.