Entrevistando a Vargas Llosa en un taxi

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

CESAR QUIAN

Crónica de una espera de 15 horas en Compostela para conseguir una entrevista de ocho minutos

20 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Era el 17 de marzo del año 2000. Ya habíamos superado los miedos del cambio de milenio y Vilagarcía vivía un tiempo de expectativas e ilusiones con su flamante playa, su inminente parque Miguel Hernández, su inminente auditorio y su complejo hostelero y de ocio junto al puerto deportivo. En el mundo de la política, Putin accedía a la presidencia de Rusia, Bush asumiría la de los Estados Unidos y el PP estaba a punto de conseguir su primera mayoría absoluta de la mano de Aznar. Y en el mundo de la literatura, Arturo Pérez Reverte publicaba La carta esférica y El oro del rey, Noah Gordon lanzaba El último judío, Saramago nos hacía pensar con La caverna y Mario Vargas Llosa publicaba una de sus grandes novelas, La fiesta del chivo.

El escritor peruano estaba presentando su novela y aquel 17 de marzo era el elegido para venir a Santiago. La Voz me había encargado entrevistarlo y, tras una charla con su agencia literaria, habíamos quedado en que nos concedería media hora en el Hostal. Así que eran las ocho de la mañana y servidor salía de Vilagarcía camino de Santiago con tiempo suficiente para llegar a la cita y la intención de volver a casa a la hora de comer. ¡Pobre incauto! No imaginaba que la entrevista no acabaría hasta cerca de la medianoche.

Al llegar al Hostal de los Reyes Católicos, me encontré con una actividad inusitada. En la tercera planta coincidieron una convención de distribuidores y grandes clientes de Schweppes y Trina, la visita de la exdirectora de la revista Telva, Covadonga O'Shea, y varias reuniones discretas preparando el comité ejecutivo del PP regional.

En la puerta del establecimiento hotelero, una legión de fotógrafos guardaba la llegada de Vargas Llosa, pero el novelista se retrasaba. Una hora, dos horas... Y por fin apareció en la plaza un Mercedes negro, brillante y grande, un coche de alquiler en el que venían el novelista y su esposa Patricia. Se produjo un trajín considerable de mozos de hotel cargando maletas, relaciones públicas recibiendo, disponiendo, facilitando y fotógrafos fotografiando.

El escritor pasó por recepción y reconoció la llave de su habitación. En ese momento, el Hostal formaba parte del triunvirato de hoteles gallegos de cinco estrellas con el Meliá Araguaney y el Gran Hotel de A Toxa, que presumía de tener la terraza más grande: 150 metros cuadrados con vistas al mar. En cuestión de tamaños, el Hostal también tenía credenciales: presumía de la habitación de hotel más grande de Galicia: la Suite del Cardenal con 70 metros cuadrados de gran lujo. Aunque ninguna alcoba tan legendaria como la Suite de Franco, en la que pernoctaba el Generalísimo cuando visitaba Compostela. En el año 2000, dormir en esa habitación, oficialmente la Suite Real, costaba 75.000 pesetas. Pero Mario Vargas Llosa no durmió en ninguna de esas suites, sino en la doble estándar 301, a la que subió para refrescarse un poco antes de reunirse con los periodistas.

Era a la salida de esa rueda de prensa cuando debía concederme la entrevista, pero entre el retraso y que la reunión con periodistas se alargó, cuando abordé al escritor se excusó educadamente y me dijo que no podía ser, que había que posponerla, que tenía que marcharse inmediatamente para comer con don Manuel Fraga, que después debía descansar un poco y acudir a la televisión y que al atardecer podría dedicarme unos minutos. Acepté resignado las disculpas y me dispuse a esperar lo que hiciera falta porque, eso sí, yo no volvía a Vilagarcía sin una entrevista con Mario Vargas Llosa.

Al salir del Hostal, el escritor coincidió en el vestíbulo con Covadonga O'Shea, que lo saludó. Él no se percató de quién era y era correcto, pero no cálido, lo que puso de los nervios al jefe de prensa de la editorial por la influencia mediática que tenía la señora O'Shea. Pasé la tarde entretenido con los juegos de socialización organizados para los participantes en la convención de Trina y Schweppes y cerca ya de las ocho, reapareció Vargas Llosa. Lo abordé, pero tampoco podía ser. Debía subir a la 301 y arreglarse para dar una conferencia en la facultad de Xornalismo. Recurrí entonces a la única arma que me quedaba: dar pena. «He venido desde Vilagarcía de Arousa, estoy aquí desde las nueve, habíamos concertado la entrevista, estoy desesperado, no puedo volver a casa sin nada». Lo conmoví y encontré una solución: lo entrevistaría en el Mercedes que lo llevaría a la facultad de Xornalismo.

Y así fue como entrevisté a Mario Vargas Llosa en un taxi. En el asiento de atrás, a la derecha, viajaba su esposa, a la izquierda, un servidor y en medio, el escritor. Patricia, que ahora sé que tenía fama de interrumpir las entrevistas con comentarios y consejos, empezó a contar su tarde de compras y me temí lo peor: del Hostal a Xornalismo son cinco minutos en coche y si hablábamos de compras, adiós entrevista. Vargas Llosa cortó tajante y pude hacerle cinco preguntas hasta la facultad y otras cinco en el trayecto de vuelta hasta el Rectorado, donde el escritor acabó su ajetreada jornada con una cena y yo volví a Vilagarcía sin cenar, pero tan contento con mis ocho minutos de entrevista bajo el brazo.