Pantera, Rubianes y Chocolate

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

VILAGARCÍA DE AROUSA

PROPIAS

Estos tres personajes, famosos en España, encarnaban el espíritu indomable de Vilaxoán

26 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Vilaxoán, la sirena de conservas Pita, los barcos llegando a puerto y el timbre del instituto avisando del final de las clases. Vilaxoán, la lonja, O Fogar do Pescador y Revenidas. Vilaxoán, Xoán Mariño de Sotomayor fundando el puerto y la villa en 1490, 14 empresarios catalanes instalándose en el siglo XVIII para dedicarse a la salazón de la sardina y un amor propio que los llevó a luchar con todas sus fuerzas para evitar lo inexorable: la unión con Carril y Vilagarcía en 1913.

Vilaxoán, Felipe Pantera, Pepe Rubianes y Manolo Chocolate. Estos tres personajes, populares por distintas razones en media España, resumen el espíritu de un pueblo que esta semana se ha reavivado recordando a Pantera Rodríguez, su trayectoria como boxeador y showman televisivo y su figura, escogida para inaugurar el pabellón polideportivo de Fontecarmoa hace ya 41 años en un combate de boxeo en el que venció con contundencia.

Pantera, Rubianes y Chocolate reunían las virtudes que nutren aquello que Jung llamaba el inconsciente colectivo: un orgullo, un empuje, un no casarse con nadie, mucha ironía y una personalidad desbordante. En la ría, para explicar que alguien es indomable, resistente y luchador, basta decir que es de Vilaxoán y no hay más que hablar.

Ninguno de los tres está ya entre nosotros, pero pervive su memoria como referencia y no es fácil olvidarlos. Puedo extraviar otros recuerdos, pero no el del día en que Celso Callón me presentó a Pepe Rubianes en A Baldosa. El entonces Presidente de la Autoridad Portuaria había vivido en un piso en Barcelona con el actor y humorista. Rubianes y Callón habían compartido vivienda y vivencias y los unía una buena amistad.

Vi a Rubianes actuar sobre el escenario de O Fogar do Pescador y era un divertido actor con una sorprendente capacidad para el histrionismo y la caricatura. Entre sus virtudes escénicas, hacía mucha gracia su capacidad para producir efectos especiales con la boca e imitar cadencias al hablar. Saltó a la fama en la serie Makinavaja, basada en los cómics de Ivá, donde encarnaba a un divertido choriso que operaba por el barrio chino barcelonés rodeado de una tropa de personajes a cual más pinturero, castizo y pasado de rosca.

Gila y él abrieron un camino, el del soliloquio, que no monólogo, ya trillado en Estados Unidos, por donde han caminado luego decenas de humoristas. Y fue en ese punto cuando algunos textos cáusticos y críticos provocaron que fuera censurado. Se convirtió en una víctima precoz de lo que luego acabaría convirtiéndose en ley mordaza para aplicarla a cómicos molestos. Evidentemente, Rubianes no se calló nunca, ¡era de Vilaxoán!, y su orgullo de cuna le jugó malas pasadas, pero también lo convirtió en un tipo ejemplar, coherente y valiente.

Es difícil hacer callar a uno de Vilaxoán. Y si lo dudan, piensen en Manolo Chocolate. Hay una imagen de él que no olvido, cuando recién llegado a Vilagarcía fui a comer con mis padres y mis suegros a su restaurante y apareció con un tridente espectacular y un chuletón pinchado en todo lo alto. He visitado muchos restaurantes desde entonces y jamás he visto nada igual. Eso solo lo podía hacer un maître de Vilaxoán.

Manuel era un niño muy guapo, con una bonita cabellera larga y rizada, al que sus benefactoras, Joaquina Montenegro y Manuela Domínguez, acostumbraban a dar una pastilla de chocolate. Las dos pusieron la materia prima, y Chuco Diluvio la palabra: «Aí vai O Chocolateiro». Manolo fue fotógrafo profesional, acomodador en el Circo Americano, donde distribuía Zotal entre el pelaje de las fieras, repartidor de vino, chófer y transportista de mejillón. En todos estos menesteres fue dejando Manolo la impronta de su rizada cabellera hasta que en 1969 cubrió su cabeza con un gorro de cocina y abrió las puertas de su Chocolate.

En 1994, las calificaciones de las guías gastronómicas destacaban el restaurante Chocolate con una estrella en la guía Ford, un 6’5 en la BMW, tres surtidores en la Campsa y una recomendación en la Michelín. En la Guía Campsa, se aludía al genio y figura de Manolo Co­res «Chocolate», para acabar destacando la persona­lidad de Josefina, su esposa, que, decía la guía, «da ambiente a la casa».

Manolo abrió restaurante en Madrid, pero su orgullo no le permitió dejarse avasallar por algún crítico aprovechado, esto le valió varias críticas vengativas y ahí comenzó un declive en el que tuvo algo que ver su amor propio, su indomable espíritu de Vilaxoán.

Es el mismo espíritu que adornaba a aquel joven llamado Felipe Rodríguez Pantera, que, en 1967, empezaba a dar sus primeros pasos como boxeador en un gimnasio de Sobradelo. Se convirtió en uno de los grandes púgiles del deporte español y no se arredraba cuando tenía que disputar el campeonato de Europa fuera de España con los árbitros influidos por el ambiente hostil. Felipe luchó sin resuello, se cansó de defender y ganar el título de campeón nacional y solo se retiró cuando se aburrió de no tener rivales en España ni padrinos que trajeran aquí un combate por el título europeo. No nos olvidamos de Rubianes, de Pantera ni de Chocolate. Eran de Vilaxoán y representaban a la Vilagarcía más noble, espontánea y auténtica.