Alejandro Diéguez: «No es una visión ombliguista ni patriotera: las Rías Baixas son un gran sitio para navegar»

Rosa Estévez
rosa estévez A ILLA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Martina Miser

Lleva toda la vida vinculado al mar por afición; desde hace ocho años, también por trabajo

05 jun 2021 . Actualizado a las 20:24 h.

Nació en Vilagarcía, a unos metros del mar que lamía la Avenida da Mariña. «Aún no había aprendido a andar y ya estaba chapoteando en la orilla», recuerda Alejandro Diéguez. Aquel vínculo temprano con las aguas del océano se ha mantenido durante toda su vida. «Durante muchos años, el mar y los barcos fueron pura afición; desde hace ocho, son también mi negocio», comenta sentado en el despacho del Varadoiro do Xufre. Tras él, a través de un ventanal, la ría se mete en la conversación. Una ría luminosa, vibrante de actividad. Qué gran lugar para ese «retiro ocioso» al que Alejando se lanzó por pura intuición. Llevaba ya unos años de vuelta en Galicia tras una larga etapa madrileña. La empresa de comunicación y edición que había creado en Santiago crecía, robusta, cuando vio un anuncio de la concesión del varadero de A Illa. «Hablé con mi hijo, le pregunté qué le parecía la idea de coger esto». La respuesta se la pueden imaginar: ambos trabajan codo con codo en O Xufre. La empresa de comunicación y edición de Compostela sigue funcionando: «Tengo un socio magnífico y un equipo también magnífico. Y mi parte del trabajo la puedo hacer desde aquí», explica Alejandro, que reconoce que la producción cultural es otra de las pasiones de su vida.

El varadero se ha convertido para Alejandro en el escenario de su cotidianidad. «Vengo por aquí todos los días, de lunes a sábado. Y si no salgo a navegar los domingos, también», relata. Y sin soltar el hilo de la conversación esboza una paradoja: «Desde que estoy aquí, navego mucho menos». Es el peaje de haberse convertido en el anfitrión de otros que, como él antes, recorren el mundo subidos a sus barcos. «La mayoría de nuestros clientes son extranjeros y de vela. Se sienten cómodos porque cuando hablan conmigo no lo hacen con un proveedor convencional, hablan con un colega». Y es que si algo ha aprendido Alejandro en todos sus años de mar es que entre quienes comparten experiencias náuticas es muy fácil que se establezca una corriente de empatía casi instantánea.

Anclado en el varadero, Alejandro recibe a intrépidos navegantes de India, de Nueva Zelanda, de Canadá, de Argentina, de Finlandia y de muchos otros países lejanos. Con ellos comparte horas de conversación, de aventuras y de recuerdos. Algunos se convierten, casi sin remedio, en amigos, como el polaco que pasó tres años arreglando su barco en O Xufre tras quince recorriendo los últimos recodos del mundo. Otros pasan, pero siempre dejan una huella, un recuerdo, el eco de una música animando una tarde cualquiera.

Mucho tiene que ver Alejandro en ese sentimiento de comunidad que se crea en el varadero. Mucho tienen que ver, también, las Rías Baixas gallegas. «No es una visión ni ombliguista ni patriotera; este es un gran sitio para navegar, un lugar idílico. Por eso cada vez viene más gente. Y no hay que ser un visionario para decir que esto va a seguir creciendo».

La defensa que Alejandro realiza de las bondades de las Rías Baixas para quienes aman la navegación debe ser tenida en cuenta: a fin de cuentas, él ha recorrido muchos mares. El Mediterráneo, repleto de cultura y patrimonio, ha quedado guardado en su recuerdo como «un viaje a la raíz de nuestra cultura» que aprovechó para leer y empaparse de las maravillas del pasado. El Caribe «tiene naturaleza y la belleza espectacular de sus paisajes». El Pacífico lo aguardaba al otro lado del Canal de Panamá... Y la costa gallega siempre en el horizonte, marcando el camino de vuelta a casa, el valor del refugio.

«La costa de Galicia la he recorrido un montón de veces; la verdad es que hay zonas que solo conozco desde el mar», apunta Alejandro. Y desde el mar todo es distinto: las ciudades, los pueblos, ofrecen a quienes navegan frente a ellos un espectáculo completamente diferente al que brindan desde tierra. ¿Mejor o peor? Eso dependerá de quien mire.

Alejandro confiesa que el mar, para él, es compañía, es amistad, es disfrute. Por el mar ha pasado malos tragos, como la vez que tuvo que «pasar una noche capeando el temporal porque habíamos salido sin mirar las previsiones meteorológicas y nos cogió una tormenta tremenda». O como aquella otra ocasión en la que, estando atracados en un puerto de Venezuela, unos ladrones subieron a bordo, los encañonaron y se lo llevaron todo. Relata estas y todas sus historias con detalles y texturas, con ejemplos históricos, con símiles literarios, dejándose ir a la deriva, perdiendo el hilo y reencontrándolo poco después, como un Teseo moderno. «Soy capaz de hablar poco», dice bromeando. Pero el mar y los barcos desatan su elocuencia. Bendita sea.