Tomás Garrido, el socio número 1 del Teucro y el número 1 vendiendo discos

Serxio González Souto
Serxio González VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Tomás Garrido, en la tienda de Vázquez Lescaille en Vilagarcía desde la que ilustró musicalmente a generaciones de arousanos
Tomás Garrido, en la tienda de Vázquez Lescaille en Vilagarcía desde la que ilustró musicalmente a generaciones de arousanos M.S

El hombre que puso banda sonora a varias generaciones de arousanos desde Vázquez Lescaille acaba de fallecer a los 90 años

17 may 2021 . Actualizado a las 14:20 h.

A más de uno le sorprenderá saber que Tomás Garrido Lage no nació en Pontevedra, donde exprimió a fondo su juventud. Tampoco en Vilagarcía, lugar en el que sentó cátedra, fundó familia larga y generosa, y vendió discos a puñados a generaciones enteras que descubrieron la música entre los estantes de Vázquez Lescaille. No señor. El señor Tomás vio la luz en el lugar de Dacón, entre los municipios de O Carballiño y Maside. Cierto que aquella rama de los Garrido se asentó pronto en las orillas del Lérez, llevada por el negocio de la madera, pero las cosas son como son, y así deben ser contadas.

Las historias que le gustaba relatar sobre la vida en el río dibujaban una Pontevedra de otro tiempo, sin extraños olores y grandes afanes, en la que las xunqueiras guardaban secretos como el origen de una misteriosa mortandad de patos. Aunque por lo visto hubo lío con los carnés, Tomás era el socio número 1 del Teucro y, si bien a distancia, jamás desatendía los problemas del balonmano en Pontevedra. La pista de cemento, las rivalidades de liceos y casinos, la pillería para atraer la voluntad de quienes podían resolver los problemas de entonces, los bailes, la radio, Dominguín y la plaza de toros, excursiones arriba y abajo por media provincia, la mili en los regulares de caballería, en África, de la que conservaba un amigo en Barcelona y una fotografía bien planchona, hecho él un verdadero pincel, el embarque en Vilagarcía para navegar a Canarias en viaje de luna de miel, sentada ya la cabeza junto a la señora Flora. En cada aventura antigua había un matiz nuevo, que Tomás sabía presentar de otra manera.

En 1968 se hizo cargo de la gerencia de la tienda de Vázquez Lescaille en Vilagarcía, cuando el establecimiento de Pontevedra se expandió hacia el norte. La combinación imbatible de la venta de electrodomésticos y música convirtió aquel local, ubicado a un paso de la plaza de Galicia, en un lugar de obligada visita para quienes buscaban nuevas emociones sonoras o, simplemente, el regalo justo en el momento necesario. Tomás vivió en primera persona la transición del vinilo al cedé, y si alguien podía hablar con conocimiento de causa de lo que a los vilagarcianos les gustaba pinchar en un plato, era él. Por alguna razón, uno de sus discos favoritos era el primer lanzamiento de Camel, la banda británica pionera del rock progresivo, que no dejaba de ensalzar en cuanto tenía ocasión. Por casa anda todavía el doble en directo de Barricada, publicado en 1990, que salió de aquellos estantes. Dudo de que al señor Garrido le gustase demasiado, pero lo vendió con la misma seriedad profesional con la que hubiese colocado a una respetable señora los grandes éxitos de Julio Iglesias.

Con el fútbol, las cosas igualmente claras. Bastaba con acercarse por el bar A Perla a la mañana siguiente, y comprobar si Tomás lucía la bufanda del Real Madrid que le había regalado algún preboste merengón, para saber a ciencia cierta quién había ganado el partido o el título de turno. Las tertulias en su mesa, un par de veces al día, con café o un quinto de Estrella como licencia mientras fue posible, eran memorables. Un aturuxo breve para responder con retranca a lo que le parecía una barbaridad, una carcajada, su buen lote de prensa del día que repasar a fondo, el ánimo afilado para discutir de lo que hiciese falta y la sensación de que manejaba el último dato que nadie tenía, la primicia que el mundo descubriría cuando estuviese madura, nunca antes. Así era el señor Tomás a sus 90 años. En algún rincón debe reposar la botella de coñac que reservaba desde hace largo tiempo para el momento en el que hiciese las maletas por última vez y los suyos tuviesen que despedirlo. Ahora que se ha ido, el brindis es obligado.