La vida se escribe en los bares

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

La memoria sentimental de cada arousano se puede contar en 1.222 capítulos y cada uno es un bar

12 abr 2021 . Actualizado a las 18:05 h.

Cuando comparan España con Alemania para explicar que allí, el gobierno da ayudas directas a los bares (el 75% de las ganancias que obtuvieron en 2019), olvidamos que en Alemania hay un bar por cada 400 habitantes y en España, uno por cada 175. Esta media se destroza en nuestra comarca: uno por cada 85 arousanos.

España es el país de mundo con más bares por habitante y eso que en enero de 2021 teníamos 70.000 menos que antes de la crisis de 2008. Es una cifra estratosférica si comparamos con el Reino Unido (1/500), Francia (1/350) o Italia (1/200). Los 260.000 bares que abrían en España a principios de este año suponían el 4.7% del PIB de nuestro país. En Holanda, por ejemplo, suponen solo el 2% del PIB.

Pero más allá de la frialdad y el aburrimiento de las estadísticas y los tantos por ciento, queda el dato entrañable de que seis de cada diez son nuestros bares de toda la vida, los del café y la tostada, la cañita y la tapita. Los bares son tan importantes en España que hay una petición oficial para que sean considerados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Podríamos escribir nuestra biografía sentimental por capítulos y cada capítulo sería un bar.

Capítulo I: Bar España. Estaba en la Alameda de Vilagarcía. Sentarse en una de las mesas que daba a uno de sus ventanales era la versión vilagarciana de sentarse en el Derby compostelano o en el Gijón madrileño. Leer allí la prensa local y regional era la mejor manera de empaparse de Galicia. Fue el primer bar en el que entré en Vilagarcía. Era una mañana neblinosa de septiembre del 81. Me pareció tan acogedor y lo pasé tan bien tomando un café caliente, tras viajar desde Pontevedra en un ferrobús destartalado y frío… Disfruté tanto leyendo la prensa, donde descubrí una sección que desconocía: el horario de las mareas y el tráfico de barcos que llegaban y partían, que el España se convirtió desde entonces en mi café favorito para conocer Galicia leyendo periódicos.

Capítulo II: El Carballinés. Era un bar con restaurante que estaba situado en la calle Castelao, frente a El Hogar. En la esquina con Alejandro Cerecedo. Lo recuerdo porque fue el primer comedor gallego que pisé, también aquel día neblinoso de 1981. No tomé marisco ni pescado, sino un caldo y un filete, pero aquella primera comida en Vilagarcía supuso un flechazo instantáneo: el reconfortante calor del caldo y la honradez de aquel filete de ternera, tan blandito, tan rico, tan demostrativo de la carne de ternera gallega antes de que tuviera fama y se sirviera en toda España. Después he comido centollas y nécoras, lubinas y camarones, pero nada supera sentimentalmente a aquel menú sencillo y delicioso de El Carballinés.

Capítulo III: Cafetería Plaza. Estaba en la plaza de Galicia, daba a tres calles y era el bar más lujoso de la ciudad, también el mejor escenario para explicar la Vilagarcía oculta y negra, la del contrabando primero y el narcotráfico después. Le gustaba mucho a mi suegro. Cuando venía de vacaciones, tomábamos allí café y yo le explicaba los secretos del narcotráfico de manera muy pedagógica porque le hablaba de un clan y después le señalaba a algunos clientes y le decía: “Ese, ese y ese forman parte de ese clan”. No olvido que fue en el Plaza donde mi suegro, después de años tomando café juntos y contándome historias más o menos repetidas, me soltó, sin darle la menor importancia, que cuando estaba destinado en Quintanilla Sobresierra (Burgos) cazaba con Delibes, que pasaba temporadas en el vecino pueblo de Sedano.

Capítulo IV: Restaurante Pequeño Bar. En la Alameda vilagarciana, el restaurante más de toda la vida de la ciudad. Allí hice mi primera comida importante cuando un par de semanas después de aquel viaje de toma de contacto volví a Vilagarcía recién casado. Creo que comí lo mismo que sigo comiendo hoy: pulpo, merluza a la gallega y cañitas de crema. En El Pequeño Bar no engañan, no se enmascara el producto con salsas ni zarandajas, tampoco se apuntan a modas ni a novedades pasajeras. El mejor pescado, el codillo más sabroso, marisco fresco del día. Nada del otro mundo, pero lo mejor de este mundo.

Capítulo V: Casa Avelino de Vilaxoán. Me llevaban allí, el primer curso que pasé en Vilagarcía, mis compañeros Celso, Alonso y Elías del Instituto de Fontecarmoa. Era un bar en una cuesta, tan escondido como estupendo. Avelino, el dueño, era un personaje con clase, elegante y profesional. Tomábamos albariño sin etiqueta cuando el albariño era un vino prácticamente casero, y comíamos raciones de queso holandés de contrabando que llegaba en barcos mercantes. ¡Queso de contrabando! ¿Quién puede presumir hoy de haber comido un queso delictivo? Eran quesos maasdam y edam que hoy venden en todos los supermercados de Vilagarcía, pero entonces eran tan exóticos como el caviar.

Epílogo: Los bares en Arousa tienen todos su historia y su importancia. Tanta que batimos récords europeos y mundiales. 517 solo en Vilagarcía (uno por cada 72). Y en O Grove, (uno por cada 71). La media en la comarca es de uno por cada 82. 1.222 bares, 1.222 capítulos de nuestras vidas.