Vecinos de la plaza de Ravella hicieron su propia fiesta, que tuvo hasta pregón

a. garrido
s. gonzález

A las once y media de la mañana todo era tranquilidad en Vilagarcía. Con la fiesta del agua aplazada un año por la pandemia, cada mochuelo estaba en su olivo y los vilagarcianos parecían resignados a que, por una vez, el 16 de agosto fuera un soso domingo más. ¿Todos? Todos, no. Un grupo de irreductibles vecinos de la plaza de Ravella y sus aledaños, que formaron su propio grupo de resistencia durante un confinamiento en el que forjaron sólidas amistades, no estaban dispuestos a que la cosa pasara sin más. A las doce menos veinte, Roi -designado bocinero mayor de la plaza- realizó a la perfección la misión que le habían encomendado. Desde su balcón lanzó un sonoro bocinazo (en realidad fueron dos, para que todos se enteraran bien). La señal para que todos ocuparan sus lugares en los balcones y terrazas desde los que durante tantos días se habían saludado cada jornada a las ocho de la tarde.

Era el pistoletazo de salida. Arrancaba la procesión virtual de San Roque. De pronto, comenzaron sonar los acordes del pasodoble Triunfo, ese que suele acompañar el tránsito de la imagen de san Roque desde la iglesia de santa Baia hasta la capilla del barrio que lleva su nombre. Quienes portan la imagen, y los miles de personas que la acompañan, van bailando durante el trayecto. Lo hacen de una manera acompasada y también en los balcones de Ravella hubo baile.

Cinco minutos después se oyó la voz de Darío Rodríguez, el maestro de ceremonias, detallando que en la procesión virtual san Roque ya había llegado a su capilla, y que ya habían girado la imagen antes de entrar ella para que comenzara a sonar el himno gallego.

A esas alturas, ya habían comenzado a congregarse algunos curiosos en la calle, que también apoyaron con sus voces la interpretación del himno. El guion de la Festa da Auga contempla que a continuación llegue el turno del pregón. Y en Ravella, este domingo también lo hubo. Fue el propio Darío quien lo ejecutó y quien puso como protagonistas a varios de los niños que habitualmente juegan en la plaza, a los que nombró, y también a san Roque y a su perro, por supuesto.

Y llegó entonces el gran momento. El pregonero concluye su misión lanzando un cubo de agua a quienes lo han escuchado bajo la grúa. En esta ocasión, en Vilagarcía, una maniobra semejante podría haber deparado a quien la realizara hasta 1.500 euros de multa tras el bando que el alcalde realizó para evitar desmanes. La primera intención de los armadanzas de plaza Ravella era suplir el líquido elemento con confeti, pero el bando de Alberto Varela también prohibía que cualquier elemento sólido partiera desde las alturas hasta las aceras. Esa cuestión no iba arredrar a semejante tropa, que idearon para la ocasión una solución extraordinaria. «A falta de agua, buenas son pompas», pensaron. Y eso fue lo que comenzó a caer desde buena parte de los balcones de todos los edificios de Ravella: pompas de jabón, para divertimento de los más pequeños que estaban en el parque.

Fue una fiesta breve y distinta, pero fiesta al fin y al cabo. Si el covid-19 no había podido ellos con el confinamiento, tampoco les iba a aguar su día grande. Aunque todos confían en que el próximo año puedan disfrutar del agua en todo su esplendor.