Y lo imposible sucedió en Santa Rita

Antonio Garrido Viñas
Antonio Garrido VILAGARCÍA / LA -VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

Poco más de seiscientas personas pudieron acudir a misa, sin pulpo, rosquillas, churrasco ni velas, que estaban prohibidas

23 may 2020 . Actualizado a las 20:02 h.

Las semanas antes de Santa Rita se cruzaban apuestas en las inmediaciones del Liceo. El Liceo era un lugar que hervía de actividad por las tardes. Al ajetreo del pabellón, con sus entrenamientos, se unía el ambiente de las numerosas personas que acudían a jugar la partida y la comodidad de los sofás de su cafetería. Un sitio ideal para que los jóvenes pasaran la adolescencia sin mayores problemas. De todo aquello hoy queda un solar en el que reina la hierba de la pampa. El truco más famoso de David Copperfield fue hacer desaparecer la Estatua de la Libertad. Pataca miúda, que diría un expresidente de fútbol. En Vilagarcía lograron que desapareciera el Liceo, en un pispás pero el truco no acabó bien. No lo han vuelto a colocar en su sitio. Ni en ninguno. El asunto es que en aquellos tiempos felices del Liceo, llegado el mes de abril se divagaba sobre los conciertos que habría en las fiestas de Santa Rita. Una esperanza que se agotaba irremediablemente al conocerse el programa. «Solo hay verbenas, menudo asco». La promesa era que en verano llegaría lo bueno, pero al final te caía La Unión. Y La Unión antes de ponerse de moda, que lo estuvieron.

Sin conciertos, y con verbenas que únicamente nos interesaban para estirar la hora de llegada a casa, el interés se centraba en las atracciones. En Santa Rita venían más y mejores que por San Roque, aunque dependía de cómo cuadrara la Ascensión en Santiago. En todo caso, algún viaje caía en El Saltamontes, que normalmente era lo más emocionante que te podías echar a la cara.

Con este panorama era un misterio indescifrable para un adolescente saber por qué demonios se llenaba Vilagarcía de gente tal día como ayer. Y lo cierto es que se llenaba. A media tarde, después de la comida familiar, tocaba dar un paseo hasta las inmediciones del pazo de Vista Alegre. Para qué, no estaba muy claro, pero lo cierto es que ese tramo de la rúa Castelao se llenaba de gente. Era como un besamanos multitudinario, como una pequeña pasarela de moda con mucha gente vistiendo sus mejores galas para ver la procesión. Porque en Vilagarcía somos mucho más de ver las procesiones que de participar en ellas. De fijarnos en quien lleva la vela, o en de divagar por qué va descalza menganita, qué le habrá pasado. El componente gore lo ponía quien la hacía de rodillas. Todos esos «ofrecimientos» se producían por los supuestos milagros que lograba la santa. Normalmente por asuntos de salud, que ya sabemos que para alguna gente a la hora de curarse de una enfermedad tiene más poder una vela que una medicina.

Toda esa actividad no menguó con los años. La capacidad de atracción de la de Casia es innegable y son millares las personas que llegan para ir a alguna de las misas, darse un garbeo, tomar el pulpo o comprarse unas rosquillas. O para hacerlo todo. Este año, sin embargo, sucedió lo imposible. Algo lógico, pensándolo bien, porque a fin de cuentas a Santa Rita le llaman la abogada de los imposibles. Y lo imposible sucedió porque ayer, un día en el que Vilagarcía rebosaba actividad, fue apenas un día más. Sí hubo misas, pero poco más de 600 personas pudieron acudir a esas ceremonias, y con cita, claro. No hubo rosquillas, ni pulpo, ni churrasco. Ni siquiera velas, que estaban prohibidas. Y no hubo procesión. Todo por culpa del coronavirus. Una plaga bíblica de la que poco a poco estamos saliendo, pero que todavía nos coarta en demasiadas cosas. Afortunadamente, la ciencia está consiguiendo doblegarla. Seré raro, pero para esas cosas tengo más confianza en un buen doctor que en una misa cantada. Aunque fuera en la iglesia de Vista Alegre.