Entre pedradas y pelotazos para pasar el rato

Antonio Garrido Viñas
Antonio Garrido CORONAVIRUS

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

Uno de los juegos que más éxito tenían era el que llamábamos el paredón

21 may 2020 . Actualizado a las 09:46 h.

No había demasiados lugares para que los chavales, cuando el menda era un zagal, jugaran en la calle si vivían en el centro. Uno de ellos, al lado de la iglesia. Allí se juntaba una buena pandilla, casi siempre con un balón. El campo de fútbol era el atrio. El portalón era una de las porterías, y la otra estaba pegada al muro que delimitaba la propiedad de la iglesia con una finca. Si el balón se iba por encima se ejecutaba la ley de la botella, «el que la tira va a por ella». Claro que si el que la había lanzado era uno de los mayores tenía más peso la ley del vaso, «el que la tira no hace caso». Más allá de las dificultades de escalar el muro estaba el temor al dueño, del que decían que tenía una escopeta de perdigones de sal que usaría sin miramientos si te veía adentrarse en sus territorios. Nunca eso sucedió, que yo recuerde, pero quién sabe. También solía caer el balón al patio del colegio de las franciscanas. Aquí el único temor era caerse en plena desescalada, que era una coña comparada con la desescalada en la que estamos inmersos.

Uno de los juegos que más éxito tenían era el que llamábamos el paredón. Consistía en colocarse pegado a la pared de la iglesia mientras los demás te fusilaban a pelotazos. No sé quién tan acertadamente bautizó así el juego, pero juro que era así como lo llamábamos.

El campo de juego no se extendía mucho más allá de las inmediaciones de la iglesia. Luego pasamos a jugar en lo que llamábamos el callejón. En la rúa Cobián, por donde antes pasaba alguna persona de vez en cuando y que ahora es una arteria principal para los peatones. Jugábamos con cuidado porque esos letreros de «prohibido jugar a la pelota en la plaza» son ahora virales, pero antes no había Twitter, y sí policías. Jugabas con un ojo en el balón y otro en la esquina de la calle. Si aparecía un policía podían pasar dos cosas: que te riñera o que, directamente, se llevara el balón.

El parque de la plaza de España, sin embargo, no nos atraía en absoluto. De hecho es un parque que nunca ha tenido demasiado predicamento entre los más pequeños, que no tenían demasiados elementos con los que jugar. Alguna partida al escondite y poco más. Y con la carretera cercana y amenazante. Aquel parque fue reformado hace unos años, pero siguió teniendo poco atractivo entre los chavales. Hasta ahora. Parece que han encontrado un nuevo entretenimiento. Coger los adoquines y lanzarlos dentro de la fuente, tal y como se ve en la imagen. Tienen un filón porque han hecho lo más difícil: han sacado los suficientes para que a partir de ahora les sea más cómodo. Nosotros también jugábamos con las piedras, claro está, pero para tirárnoslas a la cara, no para intentar romper las luces de la fuente. Que se lo digan a mi amigo El Pájaro, que perdió varios piños de una pedrada en una guerra entre colegios.