Tito Porto, el autodidacta que aguardó a la jubilación para sacar su arte a escena

Antonio Garrido Viñas
a. garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MARTINA MISER

Mecánico, sereno de cámara, instalador de gas... La vida le dio para mucho a Tito

19 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La vida de Domingo Porto, Tito, como era conocido por la inmensa mayoría de los vilagarcianos le dio para mucho. Reconocía en alguna entrevista que en realidad aprendió a pintar y a esculpir cuando se jubiló, pero que ya lo hacía desde muy njoven. Lo primero que pintó cuando era niño, según confesó a los alumnos del colegio de O Piñeiriño, fue un leopardo que había visto en un libro. Le gustaban los animales. Tuvo a Lulú, un perrito blanco con el que compartió su infancia, a un loro que compró en Guinea cuando estaba embarcado y hasta a un mono que trajo también de África.

La infancia de Tito transcurrió en el Garaje Arosa, el primer concesionario de automóviles que hubo en Vilagarcía y en el que trabajaba como encargado Domingo Porto, su padre. Hasta allí llegaban los coches desde América en cajones; el chasis por un lado y la carrocería por el otro y allí se montaban también. Y allí aprendió a escribir a máquina y también el oficio de mecánico, puesto que pronto dejó los estudios para ponerse a trabajar.

Una tuberculosis, que le tuvo dos años en cama cuando solo contaba 18 primaveras y de la que salió gracias a un medicamento llegado desde Estados Unidos, le dio el pasaporte hacia las letras. «Tuve dos enfermedades, la corporal y la soledad. En ese momento empecé a interesarme por la poesía y la pintura», contaba.

La vida le tenía reservada todavía muchas sorpresas. Hizo tarjetas de imprenta y luego se embarcó durante bastante tiempo. Y más estaría si no hubiera conocido a su mujer. «Mi pareja fue la suerte que tuve, sin ella no sé qué sería de mí», decía.

Llegó luego el trabajo que le cambió la vida: fue el primer instalador de gas de la provincia de Pontevedra. Y en ello estuvo hasta que se jubiló, cuando se abrió otra ventana, la del artista que con ochenta y tantos años seguía presentando sus obras en las exposiciones. Unas extensas exposiciones. Ni él sabía cuántos lienzos podía haber pintado durante su vida.

Tito siguió paseando por la ciudad que amaba hasta prácticamente el último día. Recordando, probablemente, cuando pescaba anguilas en el río de O Con con un tenedor, y caminando por la plaza de España, donde pasó «las mejores noches de mi vida en unos veranos deliciosos».

Los restos de Tito Porto reposan desde ayer en la sala número tres del Tanatorio de Arousa y el funeral se celebrará esta mañana en la iglesia parroquial de Vilagarcía.