Tres generaciones de turistas en Vilagarcía

marina santaló VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

martina miser

Una familia de Mallorca es fiel a la ciudad desde los 70, siendo abuela, hijo y sobrina los que viajaron este verano

13 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevan tantos años veraneando en Vilagarcía que llamarlos turistas puede ser un error. Los mallorquines María Rosa Grau Simonet, Guillermo Bouzas Grau y Sandra Bouzas Olivares son parte de una numerosa familia que, cada período estival, escoge Vilagarcía como destino. La mayor de ellos, María Rosa, descubrió la ciudad con su madre y, después de unos años viviendo en Venezuela, inauguró la escapada veraniega anual de la mano de su marido, Jesús Bouzas, natural de Vilaxoán. Los vínculos familiares en la ciudad son los que tiran de ellos: «El hecho de que estemos tan bien recibidos aquí, hace que sigamos viniendo», explica Guillermo, hijo de Rosa y tío de Sandra. Este lazo fortalecido por las escapadas, crece con las nuevas generaciones. Primos segundos, terceros o cuartos. Sandra, de 17 años, no tiene claro cual es la proximidad con los familiares de su edad pero eso no importa. Las buenas migas entre los más jóvenes hace que quiera volver a pesar de que, como pasó este año, sus padres no puedan hacerlo.

A la hora de escoger fechas, Sandra lo tuvo fácil: las hizo coincidir con el San Roque. «Hace las cosas que hacía yo a su edad», bromea Guillermo. Sus escapadas nocturnas han dado paso a unas vacaciones en las que el mejor plan es la tranquilidad. «Mientras ella viene a pasárselo bien, yo vengo a descansar, a no hacer nada», relata. Las escapadas al cámping del Terrón, donde solía pasar una semana en su juventud, se han transformado en visitas de un día. La comida y la cena, en lugar de al aire libre, ahora las hace en casa. A Galicia, coinciden los tres, también vienen a comer bien.

Además de marisco, reconoce que alucinaron cuando ya hace unos años les enseñaron los furanchos. «Cada vez que venimos, hacemos intercambio de comida», explica Guillermo. Ensaimadas por empanada (de zamburiñas, a poder ser) y chorizo. Pero, no solo eso, la bebida también es importante y el licor café no falta en su despensa mallorquina. «Siempre hay una botella como cierre de las comidas de los domingos», cuenta María Rosa. Con un vaso frío, convierten a la bebida gallega en el broche perfecto. De su elaboración se encarga Guillermo, quien aprendió a hacerlo en uno de los muchos veranos que caen en su espalda. Desde los cuatro años es fiel a Vilagarcía y tiene mucha comarca y alrededores explorados. «Este año fuimos a Cíes», relata Sandra. Tienen la suerte de que, en cada visita, «nos enseñan algo nuevo».

Vilagarcía también ha sido el lugar de mil y una celebraciones, algunas de muy especiales. La última, la boda de una prima, hizo que viajarán en masa. La comida vuelve a salir a relucir. «Fue el típico enlace gallego, mucho marisco y mucho tiempo en la mesa», recuerdan. Las costumbres y el menú al dar el sí, quiero varían dependiendo de la comunidad. Otro de los grandes momentos vino de la mano del ochenta aniversario del marido de María Rosa. «Vinieron hasta los consuegros», explica ella. Entre ellos, sus cuatro hijos, nietos y demás familia sumaron 14 familiares a viajar desde Mallorca. En la comarca tienen también grandes amigos. En sus años en Venezuela, María Rosa y Jesús hicieron padrinos de sus hijos a allegados de la zona que compartieron esos años de emigración con ellos. «Mantenemos el contacto y nos hacemos visitas», cuentan.

Tantos años haciendo de Arousa su lugar les convierte en buenos observadores del paso de tiempo. Las visitas suficientes y suficientemente esparcidas para detectar la evolución sin que la cercanía y normalidad impidan dar valor a los cambios. «Vilaxoán y el paseo hacia Carril, por ejemplo, han cambiado muchísimo», cuentan. Conscientes de que el matiz es, a veces, importante, añaden que «para bien». «El parque de A Xunqueira también está muy mejorado», recuerda María Rosa. Junto a estos cambios, relatan que la ciudad se llenó de vida. «Hay mucho movimiento y un incremento del número de turistas. Antes podía parecer exótico pero ahora paso desapercibido entra la muchedumbre», bromea Guillermo al hacer memoria.

Acabadas las fiestas, cogerán un avión de vuelta. Rumbo al aeropuerto desde las tres casas de familiares en las que se quedan estos días. Un cambio también del paso del tiempo: «Comenzamos trayendo nuestro coche. Primero en barco y luego ya por carretera», comenta Guillermo. Ahora, prefieren volar.

Tantos años en la comarca les convierte en buenos observadores del paso del tiempo