La voz rusa que cura la soledad de los mayores

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Elena Sherevera, de 40 años, echó raíces en Vilagarcía, donde colabora con Cruz Roja.
Elena Sherevera, de 40 años, echó raíces en Vilagarcía, donde colabora con Cruz Roja. óscar vifer < / span>

Llama cada semana a personas de la tercera edad para ver cómo se encuentran de salud y charlar con ellas

02 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Elena Sherevera debería recibir a la entrevistadora con enfado. Esperó por ella más de una hora al mediodía, justo cuando más quehaceres tenía con sus hijos. Sin embargo, sonríe. Nada más empezar se nota que está hecha de una pasta especial: se olvida de las prisas, habla pausada y, aunque pronuncie sus palabras en una oficina llena de gente y muchos papeles, es tal el sentimiento que va poniendo a sus palabras que uno casi se siente en un diván mientras la escucha. Imprime calma. Elena, que es rusa y vive en Vilagarcía, en realidad, merecería varias entrevistas. Hace muchas cosas interesantes a la vez. Empieza hablando de su labor como voluntaria de Cruz Roja. Y acaba recordando la educación que recibió en el régimen comunista y comparándola con la que hay aquí. O su labor como traductora. Es todo un manantial de energía.

Elena vino por primera vez a España a estudiar. Luego regresó a su tierra, a la ciudad de San Petesburgo, pero finalmente, hace ya más de una década, le surgió una oportunidad laboral y no solo volvió aquí, sino que se quedó. Es filóloga tanto de Lenguas Hispánicas como Eslavas. Vive en Carril (Vilagarcía) y trabaja como traductora de libros. Hasta ahí, sus pinceladas vitales. Las humanas son mucho más largas de contar. Hace años, Elena cruzó la puerta de Cruz Roja de Vilagarcía con una amiga. Lo hizo para que ayudasen a esta persona. Sin embargo, finalmente se dio cuenta de que en ese lugar ella podía ayudar mucho a los demás. Y ya nunca se marchó.

Empezó como voluntaria trabajando con personas inmigrantes. «Di clases de español a extranjeros. Eran años en los que venía mucha gente a España y a veces no había ni donde sentarse en mis clases. Fue una experiencia muy interesante». También puso su saber como docente a disposición de familias con escasos recursos que necesitaban clases de refuerzo escolar para sus hijos. O incluso impartió educación plástica. «Fue muy divertido, a veces traía a mi hijo para que entrase en contacto con niños de otras nacionalidades, fue muy enriquecedor».

Las preguntas

Como voluntaria que es, le encargaron otras muchas tareas. Y de un tiempo a esta parte se ha convertido en una especie de ángel de compañía. No en vano, se encarga de un programa entrañable: se sienta durante horas, teléfono en mano, y llama a personas mayores, muchas de ellas que viven solas, para preguntarles cómo están, si toman las medicaciones o necesitan algo. Habla con decenas de personas distintas, ya que Cruz Roja tiene una especie de programa y «nunca sabes ni a qué sitio vas a llamar ni a quién».

Elena llama, en teoría, para hacer preguntas. Pero escucha más de lo que habla. Vaya si escucha. «Es muy bonito, me cuentan qué hacen, si se encuentran bien... Y me hacen muchas preguntas, quieren saber de dónde llamo, qué hago yo y cosas así». Dice que la charla suele ser encantadora. Y que más allá de contarle sus achaques o la soledad que sienten, «hay muchas personas que transmiten una enorme alegría, están encantados de hablar con alguien». Cuenta el caso de dos ancianas, hermanas, a las que llamó varias veces. «Pregunté por una, no por la que me cogió el teléfono. Y con la que hablaba me dijo que a ella nunca la llamaba, que estaba muy triste. Al final charlé con las dos para que se sintiesen bien». Aunque es rusa, detecta bien la idiosincrasia gallega: «La gente de costa es mucho más alegre. Noto más tristes a los mayores del interior. Y cuando llueve mucho se apagan mucho. Yo les pregunto si tienen frío, cómo hacen para calentarse y cositas así». Otra anciana, de 93 años, le preguntó un día si conocía a alguien que quisiese recoger sus memorias.

Tenía buen ojo la mujer. Porque, seguramente, Elena podría hacerlo. Desde luego, relación con los libros tiene. Se dedica a traducirlos. De hecho, ganó un premio por traducir a gallego una antología poética rusa. Y actualmente está trasladando al idioma rosaliano un manual de psicología de su país de origen. Echó raíces aquí y no se plantea regresar a su país. Pero cuando se pone a hablar de la sociedad o la educación sí echa de menos cosas. Las explica bien: «Cuando yo vine a estudiar a España mis amigas rusas me hicieron unos apuntes para mí. No es que me los dejaran al llegar, no. Ellas confeccionaron unos para mí, porque en Rusia se entiende que somos una clase, un grupo, y tenemos que ayudarnos y apoyarnos». Tirando del hilo se acuerda también de cuando era niña y alumna aplicada: «Los que sacábamos buenas notas teníamos que ir a la casa de niños que no iban bien en el colegio y ayudarles. En Rusia había cosas buenas y malas, pero esas yo creo que eran positivas». Luego, Elena se despide. Y lo hace como llegó. Sonriendo. Sin prisas. Dejando calma tras sí.