«Tengo guardados más de 300 gigas en recetas»

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Juanqui, en su cocina y con su familia: Gael, «mi fan número uno», su mujer Marga y sus gemelos Nuno y Zoe.
Juanqui, en su cocina y con su familia: Gael, «mi fan número uno», su mujer Marga y sus gemelos Nuno y Zoe. mónica ferreirós< / span>

Juanqui Ameixeiras llegó a Vilagarcía con 22 años y fue en su piso de soltero donde se encendió su pasión por la cocina, que lo ha convertido hoy en una pequeña estrella emergente de la televisión

03 may 2022 . Actualizado a las 23:05 h.

Andaba Juanqui paseando hace unos años por la zona de vinos de Pontedeume cuando se encontró con un cartel en el que se anunciaba la fiesta del bisté da Marola. Y allá se fue, picado por la curiosidad. Lo probó y le preguntó al camarero por el origen de la receta, que el hombre atribuyó a su madre. Fue ahí cuando Juanqui le respondió que su madre debía conocer al viejo Pepe Ameixeiras porque fue en su mesón, el Mesón A Marola, donde ese plato -hecho a base de sardinas y no de carne pese a su nombre- vio la luz. Porque a Juan Carlos Ameixeiras (Ferrol, 1971) la pasión por la cocina le viene de raza. De la de su padre Pepe, y de la de su madre, Pacucha, que bordaba la xiba con fabas o la tortilla de berberechos. Esa pasión la traslada ahora al programa de la TVG Desafío nos Fogóns, donde ya acumula dos victorias. La recién ganada fama televisiva le ha valido para hacerse algún selfie con jóvenes admiradoras en un centro comercial y para que sus amigos ferrolanos le vacilen por representar a Vilagarcía en lugar de a Ferrol.

Juanqui aterrizó en Vilagarcía con 22 años recién cumplidos. Era monitor de kárate y le apareció una oferta para entrar a trabajar de vigilante de seguridad en la Casa del Mar, un lugar que no era de los que más solicitudes tenía para cubrir en aquellos tiempos ni mucho menos. «Cuando llegué no tenía pensado quedarme aquí pero los primeros años me lo pasé muy bien. Y ahora no me arrepiento».

Lo de los fogones viene de antes incluso. «A mi padre siempre le encantó la cocina. Y trabajaba con huevas de merluza, con lenguas de bacalao, con erizos, con maruca, que es parecida al bacalao. Y ahora es más fácil porque metes un producto en Google y te salen cuarenta mil recetas, pero de aquella no. El tío era amigo de cuanto cocinero había y por ahí fue aprendiendo». Pepe montó un mesón, que se llamaba A Marola, de solo cinco mesas en el que únicamente se servían pescados y mariscos. «Yo era un niño de once años. Abríamos a las cinco de a tarde y ya había colas para entrar», recuerda. La hostelería quema y cuando ocho años más tarde su padre y su hermano le ofrecieron hacerse cargo del negocio lo rechazó. La semilla, sin embargo, ya estaba inoculada. «No disfrutaba de la cocina, pero la mamaba».

Juanqui empezó a cocinar cuando se independizó. Y, claro, le gustó. A él y, sobre todo, a sus colegas, que tienen mucha culpa de esa pasión desbordante. Tenía el bagaje de las recetas de su padre pero también indagó, investigó, probó, hasta que la cosecha comenzó a crecer.

Es un apasionado de su afición. «Tengo más de trescientos gigas en recetas de cocina. Tengo un disco duro y ahí meto todo. Mis libros de mesilla son guías de cocina. Me entretiene mogollón. Sigo blogs de cocina, de cocineros amateurs», afirma.

Uno de los momentos que hizo que Juanqui cambiara su forma de ver la cocina fue su luna de miel. En Tailandia pero fuera del circuito habitual. «Estuve quince días en los que te pasabas todo el día comiendo, con unos productos y unas especias que nunca había visto. Me sorprendió y cuando volví me hice un experto en todas esas historias», recuerda, justo antes de ponerse una medalla: «Haciendo sushi soy un máquina».

Va por rachas. También tuvo una etapa en la que le dio por explorar arroces: «Hasta que dominé todos no paré. Tuve una época enfermiza. Marga quedó harta de arroz», bromea.

«Cocino como mínimo tres veces por semana pero una vez a la semana cae algún menú del día por ahí porque a veces te apetece. Valoro más poder hacer eso que tener un gran coche», apunta Juanqui. Y con ese bagaje, solamente se planteó montar un restaurante cuando se quedó en el paro: «Sé lo que es trabajar en esto. Sé que es muy esclavo».

¿Y cuál es el truco para que te guste comer de todo? «La comida entra por los ojos. A Gael -su hijo mayor- le tengo prohibido decir que un plato no le gusta. Le puede gustar más o menos. Todo te gusta porque el paladar se educa... aunque yo no soporto la cebolla cocida».