«Siempre que hay un atentado revives el terror, la injusticia...»

Susana Luaña Louzao
susana luaña VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Javier Porras y Miguel Conde siguen cumpliendo con su labor, tras tres décadas de servicio.
Javier Porras y Miguel Conde siguen cumpliendo con su labor, tras tres décadas de servicio. m. ferreirós< / span>

Los dos agentes vilagarcianos fueron reconocidos como víctimas de las bombas del Exército Guerrilheiro

19 ago 2022 . Actualizado a las 17:00 h.

Sonaba la música en la discoteca Clangor de Santiago de Compostela aquella madrugada del 11 de octubre de 1990, con la sala llena de jóvenes modernos ajenos al terror que se iba a desatar minutos después, cuando en la Jefatura de la Policía Local de Vilagarcía se recibió una llamada de alguien que decía hacerlo en nombre del Exército Guerrilheiro do Povo Galego Ceive. Decía que se había colocado tres bombas en Vilagarcía que iban a estallar en media hora. Una, en el cajero automático del BBVA, en la plaza de Galicia; otra, en el Banco de Galicia, en Conde Vallellano, y la tercera en una boutique del río Con. Javier Porras y Miguel Conde eran los agentes que estaban de patrulla ese día. Tras dar aviso a la Policía Nacional, salieron en el coche y se fueron a la plaza de Galicia para cortar el tráfico. Eran cerca de las cinco de la madrugada, pero nada más bajarse del vehículo, la bomba explotó. Lo hizo antes de la hora prevista, como la de la boutique Charola. Como la de Clangor, que se cobró tres víctimas; dos de ellos, los terroristas que las portaban.

Coincidiendo con el 25 aniversario de aquella explosión que lanzó por los aires la movida compostelana de los ochenta, los dos agentes acaban de ser reconocidos como víctimas del terrorismo, y el domingo, en la Subdelegación del Gobierno, recibieron sendas medallas; una insignia para Conde y una encomienda para Porras, que todavía arrastra secuelas físicas.

La memoria les falla; quizás porque es selectiva o quizás porque pasó un cuarto de siglo, pero Porras recuerda que tuvieron muchas suerte, que se salvaron por los pelos. «Estábamos cortando el tráfico al lado de la fuente luminosa y explotó el cajero, que salió volando y quedó incrustado en la fuente, y la puerta del BBVA nos pasó por delante y acabó también incrustada en la puerta de Caixa Vigo». Los siguientes minutos fueron muy confusos. «Los dos teníamos cortes y estábamos muy aturdidos, había gente en las ventanas y les dijimos que se metiesen para adentro, y entonces fue cuando oímos explotar la segunda bomba, la de la boutique, que afortunadamente no provocó heridos. La tercera ya no estalló, la desactivaron los tédax».

Javier Porras estuvo casi un mes de baja, perdió la movilidad de dos tendones de la mano y el 20 % de audición, «pero lo peor es el estrés, que nos sigue acompañando». A él más que Miguel Conde, que reconoce que no tiene por costumbre llevarse a casa los problemas del trabajo y que por eso, «ahora se lleva mejor».

Pero en aquel momento a ninguno se le ocurrió solicitar su declaración como víctimas del terrorismo, más que nada, porque no había le alguna que lo amparase. Así que siguieron trabajando. «Los médicos nos lo recomendaron, y fue mejor así», recuerda Miguel. «Pero nuestra vida se aceleró, intentas hacer montones de cosas para estar siempre activo», puntualiza Porras. Y aunque los dos colegas de patrulla, que lo siguen siendo 25 años después, son muy distintos, ambos coinciden en que fue el peor momento de sus carreras. «Hay que vivirlo para saber lo que es», sentencia Miguel. Y Javier añade: «Siempre que hay un atentado, como ahora en Francia, revives el terror, la injusticia... Te hace más sensible a este tipo de cosas».

Una engorrosa solicitud

Una reforma legislativa amplió el plazo para solicitar el reconocimiento como víctimas del terrorismo, y ellos lo tramitaron. Un año de engorrosos trámites y por fin tienen sus insignias. No implica una indemnización económica; tampoco es una recompensa, pero sí un reconocimiento que a ellos les reconforta. «Pensamos que el Estado nos lo debía». Y el Estado pagó su deuda.

«No es una recompensa, es un reconocimiento, y pensamos que el Estado nos lo debía»