Acogió durante décadas a los seminaristas que se formaban para el sacerdocio, haciendo al mismo tiempo una labor de orientación y acompañamiento con los jóvenes. Se le iluminaban los ojos hablando de su familia y se sentía inmensamente orgulloso por todo lo que hacían sus vecinos: obras de teatro, representaciones varias, festejos, actuaciones deportivas, celebraciones eclesiásticas y cualquier evento que mostrase como símbolos, la amistad, el compañerismo, la fraternidad entre el pueblo...
Persona que siempre quería estar en un segundo o incluso último plano, aunque esas cualidades y bondades personales impedían que así fuese.