Ocupados como estamos con pandemias, volcanes, el efecto del brexit, las ocurrencias de nuestra nunca suficientemente bien ponderada clase política, el precio de la luz, el vaciado de los embalses, la defenestración y restauración de Luis Enrique, la cosa catalana, las puertas giratorias, la subida de los precios, ver a Messi coger su hatillo y emigrar, aprender que incluso Pau Gasol envejece, volver a las barras de los bares, y demás cuestiones que pueblan la actualidad, el que Tono Campos la haya vuelto a liar ha pasado casi desapercibido para la mayoría. De hecho, muchos se preguntarán ¿Quién es ese? ¿Qué ha hecho? Pues ese, palada a palada, salpicadura a salpicadura, ha vuelto a ganar el Campeonato del Mundo de piragüismo de larga distancia. De maratón. Lo de volver es porque no es la primera vez que lo hace. Ni la segunda. Ni la tercera. ¡Es la sexta! Y lo de larga es porque la prueba es larguísima. Larga y durísima, como cualquier maratón. Tanto, que no es -desgraciadamente- una prueba olímpica. No tengo duda de que sería una medalla segura. Más de 26 kilómetros dándole al remo. En este caso, en C2, acompasándose al compañero como si fueran uno. Cada uno tirando del otro cuando flaquea y tratando de no flaquear. De ajustar las fuerzas y controlar a los rivales. Y encima, en sus pruebas tienen que hacer lo que llaman «porteos», que consiste en que al finalizar cada vuelta al circuito tienen que salir del agua, cargar la piragua y correr con ella a hombros hasta el siguiente punto de embarque. Por si alguno va sobrado. En prácticamente cualquier país, un deportista que haya conseguido más de 30 medallas en campeonatos de Europa y del Mundo, sería una figura reconocible por cualquiera. Un icono. Un ejemplo de lo que puede llegar a lograr una persona a base de talento, voluntad, dedicación y capacidad de sufrimiento, si tiene el entorno adecuado. Tono tiene todo eso, y ha conseguido ya 31 de esas preseas. Seis de ellas son de oro en mundiales; otras 10, de plata. En Europa, otros tantos oros. Flipa, colega. Ese casi desconocido. Por lógica, hay que hacerse al menos un par de preguntas: ¿cómo es posible que lo haya logrado? Y ¿cómo es posible que no sea uno de los deportistas más conocidos de España? La respuesta a la primera es sencilla: Tono es de O Grove. ¡Ajá! Ya vamos aclarando algo… como decía el inspector Clouseau. El efecto que tiene estar rodeado de grandes, inmensos deportistas y competidores, cuyo ejemplo hace que los chavales de la zona quieran imitarlos, se lancen al agua y puedan, a la vez, mantenerse en su entorno familiar y de amistades, hacen de esa zona de las Rías Baixas un lugar difícilmente repetible en el mundo. Un entorno en el que los rapaces pueden salir a remar en su club con campeones del mundo, olímpicos, ¡verdaderos galácticos! que son además vecinos normales, afables y humildes; y a la vez, vivir en la casa familiar, ir a clase o trabajar con sus amigos, sin desarraigarse. Campeones que si se cambian de casa necesitan una carretilla solo para trasladar sus medallas, y que tienen casi pudor a decir cuántas han conseguido. La segunda cuestión tiene una respuesta tan manida como dura: no pertenece a un deporte mediático, y tiene la mala suerte de que su disciplina no es olímpica. Si lo fuera, no tengo ninguna duda de que lo veríamos en todos los medios de comunicación… al menos durante unas semanas cada cuatro años. En O Grove el mar le hace la ola a nada menos que cinco olímpicos (unos nacidos y otros dos que viven allí), pero el Pabellón Municipal de Deportes Náuticos lleva el nombre de Tono Campos. Por algo será.