José Luis Alfonso: «Si alguien mete el tenedor en la lata y rompe el mejillón, me dan ganas de ...»

Sofía Vázquez
sofía vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

O GROVE

MARTINA MISER

El cofundador de Conservas Cambados montó su negocio gracias a que su padre le avaló con todos los ahorros

29 ago 2020 . Actualizado a las 12:25 h.

Da la impresión de ser un hombre de paciencia infinita y de muchos amigos. Parece -solo lo parece- de pocas palabras excepto si se habla de conservas. José Luis Alfonso, fundador de Conservas Cambados junto a José María Arenaz [ya fallecido, y al que recuerda con cariño en varias ocasiones durante la entrevista] es capaz de procesar operaciones numéricas al ritmo de los antiguos contables de banca. Él lo fue.

-Conservas Cambados nació en 1985. Aprovechando que había una gran crisis en las fábricas de este sector, alquilamos una en Portonovo para hacer mejillón. Luego pasamos a los berberechos, las navajas, las sardinillas... Yo conocía el marisco porque tenía una cetárea en O Grove. También observamos que las grandes cadenas pedían cantidades enormes de conservas, pero estaban echando por la borda la calidad suprema de Galicia. Y así apostamos por los productos gourmet.

-¿Siempre ha sido empresario?

-No, fui empleado de banca. Empecé con 18 años [al preguntarle cuando nació, dice rápidamente: 9-9-48]. En el Banco de Coruña y luego en el Bilbao. Había que sumar las letras a mano, y cobrarlas, cuadrar las cajas. Era un administrativo, nada más.

-Dejar la banca por las latas...

-Tenía más inquietudes. La profesión bancaria no me llenaba. Mi objetivo era otro. Cuando ya estaba en el sector del marisco fresco y se empezó a traer producto de Inglaterra, vi que el futuro estaba en el mundo (hoy exportamos más del 50 % de nuestra producción). Y pronto empezamos en Cuba .

-¿Venderle al Gobierno cubano es fácil?

-Bueno, como todo, No es al Gobierno. Son compañías que pertenecen al Estado, pero es una empresa más a la que hay que adaptarse. Quizá no es fácil por la cantidad de burocracia. Pero, vaya, hoy España en burocracia está casi como Cuba.

-¿De verdad?

-Sí, falta muy poco. Estamos en un mundo informático, y nos siguen pidiendo papeles para todo. Hoy ser empresario pequeño en España es muy complicado. Nuestra fábrica es pequeña y tenemos dos personas solamente para atender a toda la gente que viene a buscar papeles. Me gusta el control, y tiene que haberlo, pero lo que tenemos ahora es demasiado

-Y de Cuba al mundo... Tienen presencia en...

-En unos 25 países, quizá. En toda Europa, Estados Unidos, Canadá, Hong Kong, México. En Japón es donde más estamos. Tenemos mucha relación con ellos desde hace años. Nos adaptamos a sus sabores (picantes y ácidos). Es gente muy seria, muy responsable, sabe lo que quiere.

-¿Donde compran ustedes el producto?

-El 95 % aquí, en las lonjas de pescado, en las cofradías, en los mejilloneros...

-¿El producto gallego es el mejor del mundo?

-Seguro. Nuestro producto está quedando como el mejor del mundo en las catas ciegas que se realizan. Esa dulzura que le da la ría no la tienen otros productos. Es un sabor característico que se queda en las papilas gustativas, como el buen albariño.

-Una lata de 6 mejillones, 6 euros. ¡Carísima!

-Hay mejillones más baratos. Hay latas con 25 mejillones. Cada producto tiene un precio y, por desgracia, el mejillón gordo cuesta muchísimo trabajo conseguirlo desde hace años. No, no, no. No es caro. Hay una cuestión importantísima: en este sector no hay especulación. Una lata de mejillón que tiene un coste de producción de cinco euros puede pagarla el consumidor a seis. Nada que ver con el caso de la lechuga que cuesta veinte céntimos y se vende a un euro.

-Qué hizo su padre cuando dejó la banca por las conservas.

-Avalarme un crédito de un millón y medio de pesetas para comprar la cetárea.

-Confiaba plenamente en usted.

-Sí, y mi madre también. Me dijo: «Hazlo bien o hazlo mal. Ya sabes, si te arruinas, al final también nos arruinas a nosotros».

-Ellos invirtieron todos sus ahorros en usted.

-Sí. Apostaron por mí al cien por cien. La verdad es que la cetárea da mucho trabajo. Hay que dedicarle muchas horas de Dios, pero enseguida les pude demostrar que, efectivamente, no se equivocaban.

-¿Qué hay que saber de las conservas?

-Mucho, mucho. Uff... Madre mía, [Se suelta a hablar de una manera especial] No digo que la conserva sea un ser vivo. Pero lo que es el comportamiento del producto dentro de la lata, es lo más importante. No puede perder condiciones y debe poder mantenerse tres, cuatro años.

Nuestra compañía tiene un departamento de calidad y de I+D que someten a todos los productos a unas pruebas rigurosas.

-¿Cuál ha sido el momento más complicado de su vida al frente de la conservera?

-No he tenido ningún momento complicado. A las complicaciones hay que buscarles solución. La conserva me apasiona y le he regalado mucho tiempo, incluso sacrificando el de la familia. Los conserveros vamos de vacaciones y cuando estamos en la playa, miramos a ver si hay una concha de berberecho, o de navaja...

-¿Cuándo ve a gente comiendo una hamburguesa ¿qué piensa?

-No sé, pero te digo que en mi vida me he comido una hamburguesa. Nunca me ha llamado la atención. En cambio, cuando veo abrir una lata en la que hemos puesto los mejillones todos enteros, sin faltarles ni una esquinita y, de repente, alguien mete el tenedor y los rompe, me dan ganas de pegarle en la mano [risas]. ¡Con el trabajo que yo pasé y que lo destroce todo para meterlo en la boca.

-Entre un mejillón entero y uno roto ¿cuál es la diferencia de precio?

-El roto no tiene presencia. Puede tener el 25 % del precio del entero. Así que si uno vale seis, el otro 1,50 .

Cuando tiene tiempo, José Luis Alfonso se va en un «barquito» a pescar. En roca: maragotas, sargos, fanecas. Siempre con amigos. Unas ostras, un albariño y ya pasaron el día.

«Nuestra empresa procura no pedir créditos, por eso no repartimos dividendos»

José Luis Alfonso tiene criterio para sobre la reestructuración bancaria que se vivió en la anterior crisis.

-Nunca me preocupó. Sabía que el Gobierno iba a echar una mano. Sabía que no podía producirse un crac porque se arruinaría el país. La banca que yo viví era más personal, más fiel. Hoy cada persona es un número, y las tratan como tratan a los números.

-Cuando va a un banco a pedir un crédito...

-La empresa procura no pedirlos, por eso no reparte dividendos, pero cuando vienen las campañas, hay que solicitarlos. Nosotros fabricamos para todo el año, y a los proveedores hay que pagarles al contado y a la semana.

-¿No reparten dividendos?

-Nada

-¿Desde cuándo?

-No sé, quizá diez años.

-Bueno, deben de tener buenos sueldos

-[Risas] No, no. Lo justo para vivir. Los hijos [tiene seis] trabajan, la mujer también trabajó. No somos gente de mucho gasto.

-Su hijo Xesús (estudió cultivos marinos) tomó el timón hace siete años.

-Sí, es presidente y yo apoderado. Lleva conmigo 25 años. También está en la empresa Maite, la pequeña, que lleva control de calidad.

-Y usted contento porque la compañía tiene sucesión.

-Nosotros [se refiere a la empresa] no tenemos generación anterior. Mi padre era carpintero. Así que tuvimos que aprender de conservas desde el principio. Y claro que estoy contento porque la compañía siga. El objetivo es que lo que hagas tenga continuación. Mis hijos están mucho mejor preparados que yo, que hice Comercio.

-¿Usted sigue yendo a la fábrica?

-Todos los días, incluso sábados y domingos.

-¿Para qué va si ya está jubilado?

-No, no, no, no, no. No estoy jubilado. Sigo trabajando, sigo pendiente de algunos proveedores, de la calidad, y ayudándole a mi hijo, que muchas veces tiene que salir. Dice el refrán que el ojo del amo engorda al caballo. Pues mira...

[Acaba con unas grandes risas. Y con más proyectos que ocupan la agenda de este empresario que siempre soñó con tener fábrica propia]