Los aficionados piden que se destierren de una vez por todas los estereotipos que pesan sobre ellos. Ni hay que ser rico, ni hay que disponer de todo el tiempo del mundo para poder dedicarse a los perros. «Aquí vén xente en caravana que come de bocadillo e hai quen vai á D’Berto (afamado restaurante de O Grove)», apunta Fontán. Es una afición tan asumible como la de las motos, la música o la buena gastronomía; eso sí, si uno quiere cruzar fronteras en busca de un buen palmarés tendrá que hacer muchos kilómetros. ¿Cuál es el aliciente?, preguntamos. «Eu adquirín moita cultura, viaxei por tres continentes grazas aos cans. Isto non é un hooby, é unha pasión», apunta Fontán.
Su historia podría ser la de otros muchos criadores, que sin pertenecer a una familia inglesa ducha en pedigrís acabó entrando en la élite de la competición. A Toxa era ya en los años setenta un enclave obligado para las exposiciones caninas y él, que es de O Grove, no tardó en asomar por allí. Le regalaron un Terranova y tuvo, dice, la suerte del debutante. Ya no paró, hasta llegar a tener 16 perros. Y es que el que prueba, afirman los aficionados, se engancha. Este tipo de prácticas tienden unos lazos afectivos entre el animal y su dueño muy especiales y no es extraño que pasen de generación en generación. Un buen ejemplo se vio ayer al pie del puerto deportivo, donde Julio y el pequeño Samuel, padre e hijo, coincidieron en el circuito de Agility.