Herme, el salesiano maestro de músicos

Bea Costa
bea costa CAMBADOS / LA VOZ

O GROVE

MARTINA MISER

Siendo alumno, coincidió con Amancio Prada en Castrelo; como profesor, dio clase a cientos de chicos

23 nov 2017 . Actualizado a las 19:14 h.

«Yo los quiero y ellos saben que los quiero». Esta afirmación plasma el espíritu que ha regido la relación con sus alumnos durante los veinticuatro años que ejerció como profesor de música en el colegio salesiano de Castrelo. Don Herme o Herme a secas -a él le da igual- ha dado clase a un millar largo de chavales que, gracias a él, descubrieron el solfeo y los instrumentos. Algunos ya llegaron sabiendo, y de esa cantera salieron grandes músicos. Hermenegildo González derrocha entusiasmo y hasta se emociona cuando habla de esos chicos que acabaron haciendo carrera. «Supongo que algo tuve que ver en ello, tengo un pequeño don para notar quien vale para la música», señala. Cita, entre otros, a los hermanos Esteban y Luis Miguel Méndez Chaves. «Los Chaves eran siete primos, y todos músicos. Tuve la gran suerte de tener alumnos que tocaban en las bandas. Es increíble la cantidad de bandas que hay en esta zona, somos la provincia con mayor número de España, incluso por encima de Valencia. Cuando se lo cuento a mis compañeros no se lo creen».

Después están sus otros alumnos, a los que la música no les tiraba tanto pero que aprendieron a apreciarla y acabaron subiéndose a un escenario, aunque desafinaran un poco. No era el caso de Juan Ventura, el párroco de San Vicente de O Grove, uno de sus alumnos, junto con Segundo, que acabaron en el sacerdocio; «él cantaba muy bien».

Y después están sus pipas, esos chicos y chicas que se encargan de la parte técnica y velan porque luces y sonido estén a punto en los festivales y conciertos. Algunos de sus pupilos también han destacado en este campo, caso de Alberto, Eloy y Rubén que, aunque ya han volado, siguen colaborando siempre que pueden con los salesianos «y siguen hablando del colegio como mi colegio, cuando los oigo me vienen las lágrimas», relata. El martes estuvieron montando el escenario hasta las diez de la noche para que ayer nada fallase en el festival de Santa Cecilia. «Chavales como los gallegos, con este interés por la música, no los he visto nunca. Son fantásticos».

El profesor se ha jubilado pero sigue ligado a la casa -el colegio de A Mercé es su hogar-, encargándose de la secretaría y echando una mano a la hora de organizar cualquier evento musical. Porque la música es su vida, aunque, matiza, «yo, antes que nada, soy salesiano y educador».

Este leonés de cuna conserva su acento castellano pero después de cuarenta años por esta esquina del mapa, se atreve con el gallego y siente esa tierra como propia. A Castrelo llegó procedente de A Coruña en 1993, pero antes, de niño, ya había estado como alumno, donde coincidió con Amancio Prada. El cantautor no podía faltar al el homenaje que ayer le organizó el centro y estuvo, mediante un vídeo, en el que recordó aquellos años de estudios y juegos. El colegio consiguió reunir a un buen puñado de exalumnos, los más antiguos de la promoción del 96, para participar en esta demostración de cariño al que sigue siendo, aunque no ejerza, el profesor de música del colegio. Dice Herme que quiere a sus alumnos, y visto lo visto, el sentimiento es recíproco. Le quieren por sus lecciones, por su bonhomía y por los servicios prestados, porque este salesiano anduvo durante treinta años tocando en verbenas por toda Galicia para que en las orquestas de sus alumnos no faltara un buen teclista. No da el perfil de hombre de salsa, pero el salesiano, como buen músico que es, le da a todos los palos. Le pedimos una anécdota de aquellas andanzas y nos desternillamos de risa a cuenta de aquel «oso-hombre» que se encontró en Os Blancos. «Fuimos a tocar a un pueblo muy pequeño cerca de Portugal y no había corriente en el palco. Entonces vino un oso-hombre como yo no volví a ver en mi vida, -se levanta para recrear la escena-, se subió al palo de la luz, peló el cable con los dientes y lo unió a la toma general con los dedos. Y cuando le preguntaron que tal estaba, respondió: ‘si, algo sinto’. Es lo más grotesco que he visto nunca», cuenta.

Es mediodía, suena el timbre y hay que dejar la charla porque en el recreo tiene que ensayar con los alumnos la actuación de la tarde. A esa hora, nuestro protagonista no sabía nada de lo que estaba por llegar. Al filo de las cinco se desveló el secreto. Herme se emocionó, claro, pero fueron sus exalumnos quienes no pudieron contener las lágrimas.