Los caballeros que se convirtieron en ángeles

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

O GROVE

Ramón Leiro

Iban juntos de rutas caballares; uno de ellos enfermó y pidió ayuda. La respuesta fue sorprendente

13 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Chema Fraga, de 62 años, es un coruñés de Cambre. De hecho, reside en ese municipio. Bueno, allí, está su cuerpo, su mente... porque su corazón, realmente, anda desperdigado estos días por distintos puntos pontevedreses como Poio, Meis, O Grove o Portas. ¿Cómo puede ser eso? Pues porque este hombre, que está pasando uno de los momentos más difíciles de su vida, ya que una enfermedad grave de la que se está tratando le mantiene sin poder andar, se acaba de dar cuenta de que en las tierras pontevedresas, donde él pensaba que tenía un buen grupo de amigos, en realidad, lo que tiene son «unos ángeles de la guarda». Lo cuenta él con la voz débil y emocionada desde el hospital coruñés donde está ingresado estos días: «Me parece bien que cuentes lo que hicieron por mí mis amigos de ahí de Pontevedra, porque es maravilloso. Más no se puede pedir, son unos ángeles. Son lo máximo, de verdad», cuenta.

Vayamos al principio de la historia. Chema, aficionado a los caballos, se dejaba caer con frecuencia por las Rías Baixas para compartir rutas caballares con los Amigos do Cabalo de Poio, los componentes de Ruta Rumba de Meis o los miembros de Os de Sempre de Romai. Él, que era un todoterreno de la doma o de la preparación de caballos para saltos, hizo especial amistad con Juan Patiño, vecino de Poio y herrador de equinos. «A verdade é que sempre nos levamos moi ben, é moi bo home», dice Patiño. Todos los amigos que Chema fue haciendo en los municipios pontevedreses recibían con tristeza las últimas noticias que les iban llegando de él. No en vano, hace algún tiempo Chema enfermó y, entre otras cosas, de momento no puede andar. «Sabiamos que estaba mal, que xa non podía nin andar nin montar a cabalo, por suposto, e a verdade é que estabamos todos bastante tristes por el», cuentan Patiño y varios aficionados más desde un bar en el que suelen juntarse. El caso es que un día Chema llamó a Patiño para pedirle ayuda: «Chamoume porque co tema da enfermidade os seus recursos económicos tamén foron a menos. E díxome que lle facía falta axuda. Foi así como empezamos a pensar que se podería facer para comprarlle unha silla con motor, que non a tiña. Comenteino cos compañeiros e a resposta foi boísima».

De O Grove a A Coruña

Se hizo un petitorio. Y unos y otros aficionados al caballo empezaron a poner dinero. Se tardó 48 horas en juntar 900 euros para comprar la silla y que todavía sobrase un poco de dinero para el transporte hasta A Coruña. Cierto es que por el medio hubo más solidaridad todavía. «

Algúns dos afeccionados que axudaron a mercar a silla son de O Grove, e resulta que alí sabían dunha persoa, Pablo Prol, que tiña unha

silla

que usara seu pai, e accedeu a vendérnola por un prezo módico por tratarse desta causa»,

cuenta Juan Patiño mientras el resto de los aficionados, vestidos con los chalecos celestes que identifican a su peña equina, asienten con la cabeza mientras sonríen.

Con la silla ya preparada, la idea era viajar hasta A Coruña y entregársela a su nuevo dueño. Pero, de momento, el viaje no se pudo hacer. Resulta que Chema está ingresado en el hospital y no puede recibir visitas. Así que esperarán a que se vaya recuperando para hacérsela llegar. Mientras tanto, se guarda en el bar que hace de sede oficiosa de los cabaleiros. Allí, unos y otros cuentan que son una piña. Patiño, el herrador, parece el jefe de filas. Él lo niega. Pero una de las mujeres del grupo cuenta una anécdota que refuerza esa teoría: «Unha vez Juan caeu do cabalo e doíalle o ombro. Pero Patiño díxolle que subira ao cabalo e punto, que seguira para adiante, senón despois seguro que non subía máis. E fíxolle caso». Todos ríen. Y las anécdotas se siguen sucediendo. Hablan de amistad. De días de ruta y fiesta. Y da la sensación de que esa nobleza que se le atribuye a los caballos, a esos seres de ojos grandes que a ellos tanto les gustan, se les ha ido contagiando. Al menos así lo siente Chema, que piensa en sus amigos y casi no habla. Solo llora.

las emotivas palabras de chema

Este es Chema Fraga, el hombre que movilizó a los cabaleiros para comprarle una silla con motor. Chema, de momento, está en el hospital. Pero confía en recuperarse: «Poquito a poquito espero ir mejor, de momento no puedo andar, a ver más adelante», señala. Luego, insiste en el gesto de sus amigos: «Son grandes».