Con un pie en el Sáhara a pesar de la distancia

marina santaló VILAGARCÍA / LA VOZ

O GROVE

MONICA IRAGO

Gracias a Umlajut, a la que ya considera una hija, Rosana pudo conocer de cerca otra realidad

07 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Ya estamos encargando el pescado», bromea la madre de Rosana Rey con la que ya es su nieta, Umlajut, de catorce años. Es una de las últimas conversaciones que tuvieron por WhastApp. Suelen enviarse notas de voz, para sentir la cercanía que produce lo hablado sin tener que pagar el alto precio de una llamada al Sáhara. «Mantenemos contacto casi a diario», relata Rosana. No hacen falta más que unos minutos de conversación para darse cuenta de que la pequeña, que volverá este verano a su casa por cuarto año consecutivo, ya es una más en la familia.

Faltan cerca de dos meses para la que el programa Vacaciones en Paz, organizado por Solidariedade Galega co Pobo Saharaui, traiga a la comunidad a 325 niños, y en la casa de Rosana cuentan las horas. Y, la delegada de la organización en O Salnés y Pontevedra sabe bien que desde el continente vecino la sensación es la misma. Umlajut ya ha preguntado por las patatas fritas y el helado de fresa que tanto le gustan. Para comerlas solo hay un requisito: comenzar por el pescado. En cuanto a los dulces, en casa de Rosana no faltan. Tiene un obrador donde elabora la repostería que suministra a hoteles de O Grove y Sanxenxo. En esta ocasión, se decanta por unas napolitanas de chocolate, que servirán de postre a una rica empanada de maíz de berberechos.

«Llevo seis años en Sogaps y cuatro participando en Vacaciones en paz», explica Rosana. El programa permite traer a niños de hasta doce o trece años pero, como Umlajut es celíaca, puede repetir un verano más. Desde el primer año que la pequeña apareció en su vida, Rosana a decidido devolverle la visita. Lo hace cada diciembre con la organización y es, para ella, la constatación de que tiene toda una familia en el Sáhara. «La primera vez que fui se apañaron para recibirme con una Coca-cola porque sabían que en casa nosotros siempre la tenemos. No tienen nada pero te lo dan todo, hacen lo posible para que estés cómodo», explica sobre una primera experiencia que vino propiciada por la necesidad de ver a la niña. «Un año es enorme, la echamos todos mucho de menos», afirma. Por ello, su hijo de 21 años, la acompañó en el último viaje. Le pasó exactamente lo mismo que a ella: no es lo mismo conocer de oídas como otros viven que sumergirse de lleno en su día a día.

Sus visitas coinciden con las fechas en las que las temperaturas son más suaves, mientras que la pequeña se escapa junto a ella cuando en el Sáhara superan sobradamente los cuarenta grados. «Las jaimas, a esas temperaturas, poco resguardan», señala Rosana sobre el que ya es su hogar una semana al año. El programa en el que participa aparece así como una posibilidad para que los niños puedan sortear los latigazos del sol. Pero, no solo eso: «Sirve para que se alimenten bien, aprovechen para hacerse revisiones médica y, sobre todo, que disfruten como niños». Para eso lo son.

Interiorizar todo eso hace que las despedidas sean menos amargas. «Cuando se van es un mal trago, pero compensa», asegura. Pasado el verano, ella es de las que mantiene el contacto. De ahí el móvil que le regalaron a Umlajut, y cuyas tarjetas wifi le compran. Desde la distancia, la ayudan en lo que pueden. La bicicleta que le enviaron, por ejemplo, hace que el camino a los corrales para ordeñar a las cabras sea mucho más llevadero. Puede que no le estén cambiando la vida todo lo que les gustaría, pero se la hacen más fácil. Y más feliz. Una bicicleta es, al fin y al cabo, con todo lo que sueña Wadjda, en La bicicleta verde; o de lo que depende que Antonio tenga trabajo, en El ladrón de bicicletas. Sin mencionar lo más valioso: un vinculo que lucharán por mantener.