La letanía de aquel señor de Meaño

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la Torre REDACCIÓN / LA VOZ

MEAÑO

MARTINA MISER

A finales de los 80, en los actos políticos del Val do Salnés se salmodiaba contra los ricos

02 nov 2020 . Actualizado a las 22:24 h.

En 1986, se celebraron elecciones generales y Felipe González revalidó su mayoría absoluta. En aquellos años, Galicia votaba claramente a la derecha y las campañas electorales del PSOE no eran nada fáciles. En el 86, los socialistas arousanos organizaron un calendario de mítines en los que, con gran entusiasmo y una moral a prueba de derrotas, no dejaron ni una aldea sin acto electoral, ni una parroquia de Vilagarcía sin su mitin de taberna.

De esa campaña, recuerdo un acto socialista en el interior de O Salnés. Se celebró en una aldea de Meaño cuyo nombre he olvidado. El local era un galpón que hacía las veces de taller, de almacén y de bodega, un tres en uno muy práctico al que aquella noche se le añadió otro uso: salón de actos. El orador principal de la noche era Seso Giráldez, que, si no me equivoco, optaba a un puesto de senador. Antes que él, intervinieron oradores locales, gente recia y poco locuaz cuyo mensaje era tan sencillo como ya nos conocéis, ya sabéis con quién estamos y ya sabéis que si nos votáis, no os fallaremos. En fin, intervenciones cortas y prácticas, al estilo de la de Aitor Esteban por el PNV en la pasada moción de censura de Vox.

La palabra que contaba allí era la de Seso Giráldez, el líder natural del socialismo arousano y un hombre de oratoria efectista, sencilla y directa. Giráldez tenía dos máximas. Una era que en política no había que intentar ser original ni brillante, sino que había que decir lo mismo que el líder y así nunca metías la pata. La otra era que si tenías poder, debías ejercerlo porque si no lo hacías, lo ejercerían otros contra ti. Su estrategia política era de una gran simplicidad, pero daba resultado y después de él ha habido muchos políticos arousanos de muchos colores que se han estrellado por querer ser brillantes y distintos, una enfermedad de adolescentes, y por no ejercer el poder que tenían, una enfermedad de pusilánimes.

El caso es que Giráldez, en los mítines, no se andaba con complicaciones y construía discursos con las verdades inmutables del socialismo de los 80, a saber: igualdad, libertad y obrerismo. Si recuerdo aquel acto, no es por el discurso de Giráldez, sino porque al final del taller-bodega, apoyado en una columna, había un señor de unos 50 años que vestía un mono azul, tenía las manos manchadas de grasa, fumaba un recio Ducados y a cada frase mitinera de Seso Giráldez, respondía apostillando: «Eso, eso, los ricos, los ricos».

«A los ricos, a los ricos»

Aquello parecía un mitin-rosario laico. El líder socialista arousano hablaba de la derecha opresora y el señor del mono azul mascullaba su letanía: «Eso, eso, los ricos, los ricos». Y si Giráldez hablaba de las mejoras en la sanidad y la educación, por fin universales y gratuitas gracias a Felipe, el vecino de Meaño, sin quitarse el pitillo de la boca, repetía su jaculatoria acusadora: «Los ricos, los ricos».

Una de las grandes contradicciones de la condición humana es que culpamos de todo a los ricos, pero todos queremos ser ricos. De acuerdo, hay matices y excepciones, pero por lo general, los ricos son culpables fundamentalmente de que los demás no lo seamos. El andamiaje teórico básico de la izquierda descansa en esa premisa: hay que quitarle a los ricos para dárselo a los pobres. Es un razonamiento simplista, pero que entienden en un galpón de Meaño y en el auditorio de Vilagarcía.

Si repasamos lo que sucedió en España desde aquellas elecciones de 1986, la verdad es que los gobiernos socialistas no han hecho mucho caso al señor del mono azul que escuchaba al bueno de Seso Giráldez que en paz descanse. La izquierda pragmática entendió pronto que la socialdemocracia consistía en pellizcar un poco a los ricos para favorecer el estado de bienestar, pero sin pasarse.

Esta semana se han presentado los presupuestos generales del estado y parece como si quisieran satisfacer a aquel vecino de Meaño que fumaba Ducados y creía que los ricos eran la fuente de todos los males. Se subirán los impuestos a las grandes fortunas. No será gran cosa y esa medida, por sí sola, no solucionará casi nada, pero se cumplirá el axioma de Robin Hood en el bosque de Sherwood y de Seso Giráldez en el valle de O Salnés: quitarle a los ricos para dárselo a los pobres.

El augurio de los pensadores prudentes es que con esa demagogia de manual vamos a la hecatombe. «A las colas del hambre», pronostica mi padre. El deseo de los optimistas, siempre atentos a los precedentes positivos, es que suceda como en Portugal, donde, tras la anterior crisis económica, a base de políticas sociales el país salió adelante. Sea como fuere, nada variará de manera sustancial. Los ricos seguirán siendo ricos y los pobres seguirán queriendo ser ricos, pero en lo pequeño, habrá un sutil cambio de perspectiva, un experimento tan interesante como lleno de incógnitas. Con timidez, pero con resolución se le va a hacer un poco de caso a aquel señor de Meaño que hace más de 30 años resumía los males del mundo: «Eso, eso, los ricos, los ricos”. A ver qué pasa.