La suerte suprema deja huérfanos de triunfo a la primera de ferias

Alfredo López Penide
López Penide PONTEVEDRA / LA VOZ

MEAÑO

El Juli y Roca Rey cortaron sendas orejas, mientras Manzanares se fue de vacío

06 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tarde de bochorno, de modorra y sopor la que se vivió ayer en Pontevedra con el arranque de la feria taurina de A Peregrina. Tal fue el hastío que la puerta grande del coso de San Roque permaneció cerrado a cal y canto, en gran medida por los fallos de los tres espadas a la hora de la suerte suprema, la de la muerte. Pero también por las reses de la ganadería Alcurrucén que no dieron la talla, tal vez plomizas y poco dadas al toreo por la suma de altas temperaturas y humedad.

Empezó Julián López, El Juli enfrentándose a Clarín, un negro listón de 520 kilos de peso pero bastante falto de fuerzas, lo que le hizo doblar las rodillas en varias ocasiones. El de Madrid puso empeño y, por momentos, arte, una constante, por otro lado, en los tres matadores que inauguraban la feria taurina. Levantó olés del respetable e, incluso, le ovacionaron cuando se acercó al astado. Pero una estocada mala, de apenas un tercio, y un fallo con el descabello -lo acabó matando sobre la bocina, cuando ya sonaba el primer aviso- le impidió sacar algo en limpio. Silencio.

Mejor le fue con su segundo, Tambor de nombre -como uno de los amigos de Bambi- y 540 kilos, que brindó a la plaza. Lo manejó y consiguió realizar pases de mérito, con temple y a ambas manos. Una estocada caída y un oreja que regaló a las peñas que, como suele ser habitual, pusieron la nota de color a la plaza de Pontevedra.

También una oreja cortó el peruano Roca Rey. Con su primero, Cara-Fea, que no hizo honor a su nombre y fue el mejor de los astados presentados, se lució con la muleta. A base de chicuelinas y gaoneras, de pases cambiados y naturales de esos que quitan el hipo, para culminar con una serie de molinetes puso al coso de San Roque a sus pies. De hecho, y de cara al público, no dudó en culminar su faena arrojando a un lado la espada en perfecta sintonía con el respetable.

Pero he aquí que a la hora de entrar a matar, falló. Un pinchazo seguido de un aviso para culminar con una media estocada que requirió del descabello le privaron de cualquier posible trofeo. Eso sí, hubo una ligera petición de oreja que el presidente, sabiamente, no atendió y que no supuso mayor impedimento.

Y como si de un reflejo de El Juli se tratara, a Roca Rey le fue mejor con el último de la tarde, Heredero, un colorado bragado meano de 540 kilos al que recibió con verónicas y chicuelinas. El Alcurrucén fue un toro difícil, muy complicado de torear, que se dispersaba y cabeceaba algo que empezó a pesar sobre la lidia y el público que se fue atemperando.

Rey se acercó, pese al riesgo de un astado muy defensivo y poco dado a arremeter. En esas, un percance, un pequeño golpe que desarmó al torero y que llevó el susto a las gradas y que obró el milagro de despertar a unos y a otros de su letargo. Se sucedieron entonces algunos de los mejores minutos de la tarde, donde el peruano arriesgo dando pases de espaldas, demostrando arrojo y gallardía. Una buena estocada y un apéndice de premio.

Doble ovación

El único que no consiguió trofeo alguno fue José María Manzanares. No tuvo suerte. Y eso que desde los primeros compases se metió al público en el bolsillo. El problema es que las fuerzas con las que Licenciado saltó a la arena comenzaron a flaquear en la segunda mitad de la lidia, lo que implicó que el alicantino tuviera que esforzarse por encontrar por donde entrarle al animal para que este respondiese.

A la hora de entrar a matar, un pinchazo seguido de una segunda buena estocada que le arrebataron cualquier posible oreja, aunque la pitada al presidente de la plaza fue intensa. Se contentó con una ovación, el mismo trofeo que consiguió con el quinto, Peleón, un astado que demostró el por qué de su nombre una vez recibió la estocada del alicantino. Tardaba en morir, hasta el punto que sonó el primer aviso, el público se enfrió y ni se acordó de reclamar nada a la presidencia.

En cuanto a la faena, se vivieron momentos de gran plasticidad, pero en ningún momento Manzanares dio muestras de sentirse a gusto con el astado que le había tocado en suerte y al que logró quitar buenos pases templados.