Con fango hasta las rodillas y tinto del Ulla para desafiar a los vikingos

Bea Costa
Bea Costa CATOIRA

CATOIRA

El desembarco de Catoira atrajo un año más a miles de personas al pie de las Torres de Oeste

05 ago 2024 . Actualizado a las 19:45 h.

¡Mira, un dron vikingo!, le decía un padre a su hijo mientras lo sostenía en brazos y estirando el cuello para tratar de ver el espectáculo que se desplegaba al pie de las Torres de Oeste. Otros se resignaban y se encomendaban a la tecnología: «Ya lo veremos después todo a vista de dron». La Romería Vikinga de Catoira moviliza a tal cantidad de gente que la orilla sur del Ulla se queda pequeña para dar cabida a las miles de personas que acuden a la cita de cada primer domingo de agosto. Y menos mal que el puente interprovincial sobre el río que une Catoira y Rianxo ofrece otro balcón al que asomarse para ver la arribada de los tres drakkar que despliegan velas para la ocasión.

A las 12.45 horas asomaron por el ala norte de las torres los paños rayados en blanco y rojo y el público empezó a animarse. «Ahí vienen». Las embarcaciones todavía tardarían veinte minutos en tocar tierra, rememorando así los desembarcos de los normandos y los piratas sarracenos que hace diez siglos llegaban a este Finisterre con el propósito de saquear las tierras de Compostela. Entonces se encontraron con la oposición de las tropas del Castellum Honesti. En el siglo XX, en concreto en 1960, el Ateneo do Ullán decidió hacer un viaje en el tiempo recuperando aquel episodio histórico y lo que empezó siendo una batalla festiva entre amigos acabó adquiriendo tal dimensión que la Romaría Vikinga fue declarada fiesta de interés internacional y en 2024 sigue siendo punto de peregrinación para una multitud que desafía a los atascos y el calor.

Adrián Baúlde

Alrededor de 150 personas participan en una escenificación que bebe de una batalla y que acabó convirtiéndose en un acto de hermandad entre los fieros vikingos y los  aguerridos catoirenses que les esperan en tierra a grito de ¡Úrsula, Úrsula!, desafiándolos con mazos y espadas, enterrados en el fango hasta las rodillas y regados por dentro y por fuera en tinto del Ulla.

En Catoira quieren desterrar los cuernos de la romería porque no está demostrado que los vikingos llevaran cascos con astas, pero los cuernos siguen asomando por infinidad de cabezas en el horizonte. Los más ortodoxos los evitan y los sustituyen por trenzados que se peinan ya desde el día anterior para asistir al Xantar Vikingo y demás citas de una fiesta que se celebra hasta altas horas de la madrugada. Cueros, pieles, torsos desnudos, pinturas de guerra y malabarismos con fuego completan un cuadro en el que la tradición convive con la tecnología, porque los móviles en alto para inmortalizar el momento se han convertido ya en parte del paisaje vikingo. A las dos de la tarde empezaba la otra fiesta, la de comer, beber y bailar junto al río hasta la noche. La romería ofrece este lunes su último asalto, pero ya sin tantos excesos ni multitudes, pensando especialmente en los más pequeños de la casa.