El drama en dos actos del vikingo enamorado y el obispo noble

Rosa Estévez
Rosa Estévez TEATRO VIKINGO

CATOIRA

M.R.

A partir del texto "Morte de Ulf Encantado", Úrsula Teatro ha construido una representación sólida, cargada de matices y de reflexiones, que mantiene al público en vilo durante toda la función

01 ago 2019 . Actualizado a las 13:48 h.

La semana de teatro vikingo es una de esas joyas que esconde el verano arousano. Un pequeño tesoro que no todo el mundo aprecia, en la mayor parte de los casos porque nunca ha acudido al campo de As Torres de Oeste en una de esas noches mágicas en las que un puñado de catoirenses se viste con pieles y coronas, empuña espadas y abre las puertas para que el público viaje a un pasado remoto, violento, humano. Este año, la semana de teatro vikingo está en marcha. Anoche cruzó su ecuador. Fue, la de ayer, una representación de transición. El lunes y el martes, el público escaseaba en los asientos para ellos dispuestos y la función, más que función, se antojaba ensayo general. Hoy y mañana, habrá quien tenga que permanecer de pie para disfrutar de un espectáculo bien madurado. Y en el medio, la noche de ayer, con los asientos prácticamente llenos, aunque sin saturaciones ni apretones; y un nivel alto, muy alto, en la puesta en escena. 

Quienes son fieles al teatro vikingo saben que las noches a los pies de As Torres son frías. Durante la representación de "Morte de Ulf encantado", la obra de este año, hemos descubierto el porqué de esa temperatura siempre baja. La razón la daba Muma, una bruja magníficamente interpretada por Ana Calvo. En un momento, Muma aseguraba que "aquí as noites sempre son frías" desde la desaparición de Ulf y Berenguela, los dos enamorados sobre cuya historia pivota la obra escrita por Alicia Longueira. La autora, precisamente, asistió ayer a la representación. Era la primera vez que veía uno de sus textos en escena, y no ocultaba su satisfacción por cómo Úrsula Teatro había insuflado vida a su texto, su orgullo por ver sus palabras en movimiento y, también, sus nervios ante la reacción del público. Este guardó un silencio sepulcral durante la la representación, pendiente de una historia en la que los personajes estaban cargados de matices, lejos de esos textos en los que los buenos son muy buenos, y los malos muy malos. La obra de Longueira nos presenta a un Ulf (Alberto Loureiro) cruel y sanguinario que cambia por amor a la doncella Berenguela (Cristina Conde). Ella es un espíritu tan hermoso como enigmático, que se le presenta en sueños y lo perturba hasta transformarlo en un buen hombre, capaz de escalar las torres de Catoira (y no es una forma de hablar, Ulf se encarama a lo alto de la torre para su escena final), para rescatarla de su encantamiento. Ansioso por conocer el mundo de luz y bondad que encarna Berenguela, Ulf da la espalda a sus hombres, a una forma de vida que él mismo -así lo reconoce- creía que era natural, lógica, inevitable.

Si el vikingo era un personaje bueno, le correspondería al Obispo Cresconio (Antonio González Silva) ser el malo de esta historia. Pero no. El Cresconio trazado por Alicia Longueira vuelve a sorprender. Aunque obsesionado con Ulf, con acabar con él, el obispo guerrero es un hombre amable con sus amigos, un consejero sereno. Es, también, un hermano afectuoso y un tío amable que regala a su sobrina libros para que ensanche su visión del mundo. Es, en resumidas cuentas, un buen tipo con una fijación: arrasar a un enemigo que causaba estragos en las costas gallegas, sembrándolas de miedo y sangre. Comprensible, ¿no?

Podría ser Muma, la bruja, quien ejerciese entonces de mala. A fin de cuentas, ella entregó su alma al rencor y al odio, y parecía ser fiel a un único principio: el oro. Sin embargo, cuando ya habíamos visto a la meiga en su registro de mujer cruel e interesada, traidora y pérfida y cruel, el reflejo del amor en la mirada de Ulf la hace cambiar. Siembra en ella el deseo de ser mejor persona, y de hecho actúa como tal.

Incluso los personajes secundarios tienen un plus de complejidad. El rey que teme ser cobarde, aunque actúe con valentía. El noble que lamenta haber pasado toda su vida luchando y no viendo crecer a su hija, aunque sea consciente de que volvería a hacerlo todo igual. El lugarteniente de Ulf, Olaf, debatiéndose ante la lealtad por su amigo y jefe y el terror a seguir unas órdenes que no comprende. Quizás sea el personaje del Conde el único en el que no se puede reconocer ni un atisvo de bondad. Pero es que en la vida siempre hay gente así: gente despiadada que solo vela por su interés, sea este cual sea.

Les diremos que la obra tiene un final que genera cierto desasosiego. ¿Vence el amor de Ulf y Berenguela a un entorno hostil, bañado en sangre y violencia? La respuesta llega envuelta en simbolismo. Les diremos, eso sí, que el vikingo enamorado y la doncella embrujada reaparecen al final de la velada, junto con el resto de actores, para recibir los aplausos con los que el público despide la función. En algún lugar, está Fátima Rey, directora de Úrsula Teatro y responsable de los cincuenta actores que salen a escena, de la iluminación, de la música. Responsable, al fin y al cabo, de esta joya que bien merece una visita nocturna a As Torres. Para zanjar la noche los vikingos agitan sus espadas. Y gritan. Úrsula, Úrsula.