Los 40.000 tesoros de la Mercería Celia

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

CAMBADOS

Martina Miser

A finales de la década de los 40 del siglo pasado, una mujer animosa abrió una tienda de paquetería en Cambados; ahora, su nieta lleva las riendas de un negocio acostumbrado a adaptarse a los cambios

16 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La mascarilla no logra ocultar la sonrisa de María Pillado: el buen humor invade sus ojos, sus gestos, su voz. Desde detrás de la mampara que separa los dos lados del mostrador, esta cambadesa desvela su secreto: «Me encanta lo que hago. Es que si no me encantase, no lo aguantaría. ¿Tú sabes la de horas que paso aquí?». Y con «aquí» quiere decir el negocio que fundó su abuela, que alimentó su padre, y que ella ha hecho crecer hasta «darle una tienda hermana, especializada en complementos y regalo». Estamos en la Mercería Celia, que a punto de cumplir los 75 años de historia, goza de una salud todo lo buena que permite el covid-19.

«No es una época fácil», dice María señalándose la mascarilla. La pandemia y todas las restricciones de ella derivadas han puesto contra las cuerdas a muchos pequeños comercios. María podría quejarse pero no lo hace. A fin de cuentas, dice, el suyo no es el sector más damnificado por esta crisis. Con el confinamiento, mucha gente descubrió el poder relajante del bordado, el punto, el ganchillo, el macramé... Quien ya sabía de esas artes, las perfeccionó. Y quien no, aprendió siguiendo los tutoriales de YouTube, donde se puede descubrir desde el punto de cruz, a cómo cambiar una cremallera.

María parece llevar con firmeza el timón de sus dos comercios -los atienden ella, su hija y tres personas más- en un mar voluble y despiadado. «Hay que adaptarse. Estar muy pendiente de la higiene, de desinfectar, del uso de la mascarilla...», relata. En su tienda, desde luego, no hay excusas para no portar un cubre bocas: los tiene de todas las formas, materiales y colores imaginables. De hecho, hasta vende telas hidrófugas especiales para que las manos más hábiles puedan coser sus propias mascarillas.

Son los tiempos que corren. «Son difíciles, pero también era difícil antes», señala María echando la vista atrás. Empezamos el paseo por la historia de la Mercería Celia conociendo a la mujer que fundó el negocio. Perteneciente a la estirpe hostelera de Casa Rosita, estaba acostumbrada al trajín, al ajetreo, al trabajo constante. Por eso, cuando se casó con un trabajador del registro, no fue capaz de quedarse en casa. «Tenía aquel nervio», cuentan sus nietas. Como «le gustaba el detalle de las cosas pequeñas», decidió abrir una mercería. «Botones, hilos, zapatillas...». Le dio el relevo su hijo. A él «ya le gustaba más la sastrería, las camisas, las gabardinas...». Así que, sin descuidar la mercería, le dio un vuelco al negocio que acabaría cuajando en la apertura de otra tienda clásica de Cambados.

En el negocio

María y su hermana, Mari Carmen, crecieron en el negocio familiar. «Pasábamos aquí todo el día. Jugábamos en la puerta, y cuando había que hacer un recado, llevar una prenda, recoger algo, ya íbamos nosotras». Siendo unas niñas, asistían sin saberlo a la agonía de los viejos tiempos, aquellos en los que las peixeiras de O Grove y las labradoras de los municipios del interior de O Salnés se acercaban a comprar sin tener dinero: su deuda se apuntaba en una libreta y ellas la iban pagando poco a poco, pero con puntualidad rigurosa. «La gente era muy responsable». Se tejió así un profundo cariño a la Mercería Celia. Tanto, que muchas de aquellas viejas clientas nunca fallaron. «Eu sempre vou ir á de Manolito o de Celia, porque cando non tiña me axudou, e iso non o esquezo», dijo una vez una de ellas. Y hay frases que no se olvidan.

Ahora las cosas son muy diferentes, aunque María se empeña en imprimir a su relación con sus clientes esa proximidad y esa calidez que solo ofrece el pequeño comercio. Ella aconseja, asesora y ayuda en todo, «y la gente se marcha encantada», dice. Y vuelve a insistir en lo importante que es mantener viva la pasión por el trabajo, las ganas de estar en perpetuo movimiento. En su tienda, donde se vende ropa de baño, ropa interior, botones, lazos y puntillas y un largo etcétera, todos los muebles tienen trastienda, detrás de cada panel hay una zona de almacenaje, y todo guarda un orden riguroso. «Eso es algo muy importante», dice la dueña. Es la única manera de sobrevivir entre 40.000 referencias.

«¿Se imaginaría semejante cosa Celia?», preguntamos. «Vivió muchos años, no se lo tuvo que imaginar, pudo verlo», responde la nieta. Y de nuevo, sonríe.