«Houbo anos moi duros na ría; había conflitos que ata se resolvían a tiros»

Rosa Estévez
rosa estévez CAMBADOS / LA VOZ

CAMBADOS

Martina Miser

LOBOS DE MAR | Vicente Casais vivió en primera persona la ordenación del marisqueo en el mar de Arousa

06 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A Vicente Casais le gusta que le llamen Chispita. Era el apodo de su padre y es el apodo de sus hijos. «Se me chaman así pola rúa, sei que é por min», dice soltando una risa. Vicente, o Chispita, titubea antes de atendernos. «Lobo de mar? Non sei se eu chegarei a tanto. Sempre andei polo mar de Cambados», dice, como si para los de Cambados el mar fuese lo que para los de Bilbao el mundo. «E que queres saber?», acaba preguntando. A partir de ahí, hilvana este mariscador jubilado una historia trepidante que arrancó cuando él tenía 18 años e iba saltando de trabajo en trabajo en tierra. Mientras, sus amigos, que se habían echado al mar, «andaban con cartos no peto». Así que un día, Vicente se plantó ante los suyos y anunció que también él se iba a subir a un barco. La noticia no le gustó ni a su padre, ni a sus tíos, ni mucho menos a su abuelo. Todos ellos formaban una saga de marineros cambadeses y conocían bien los rigores del trabajo. «Víano como un oficio de penuria», relata Chispita.

La década de los setenta estaba mediada. Y en la ría de Arousa «o can [un arte de pesca prohibido desde hace muchos años] estaba no seu apoxeo». «Xa daquela, o can estaba moi mal visto», y por su culpa se libraron auténticas batallas entre mariñeiros de distintas cofradías. «Houbo moitos conflitos, sobre todo con Ribeira e Aguiño. Incluso algunha noite chegou a haber tiros. Os oitenta foron duros en Arousa: moitos conflitos se resolvían así», recuerda Vicente.

¿Pero por qué era tan polémico el can? «Uns dicían que esquilmaba todo, os outros que axudaba a limpar os fondos», relata nuestro protagonista. En su momento, él lo tenía claro: de ese arte dependía su sustento, y por defenderlo participó en una manifestación que implicó viajar en barco desde Cambados hasta Vigo. «Pero non serviu de nada. Prohibírono igual».

Fue entonces cuando Vicente decidió dedicarse al marisqueo, alternado la captura de almejas y berberechos con el trabajo de la vieira. Pero en verano, recuerda, había que parar: la campaña marisquera empezaba en octubre y acababa en marzo... Entre una y otra fecha, la gente seguía saliendo a mariscar, pero a escondidas. «Todos na ría fumos furtivos», dijo en su día la ex patrona mayor de Vilanova, Evangelina Lago. Vicente matiza esa afirmación. «Furtivo? Sería furtivo. Pero a min esa palabra non me gusta, eramos mariñeiros que intentaban gañar a vida», explica. Estamos en aquellos años en los que el control del Mar iba a ser traspasado a la Xunta de Galicia. Tiempos convulsos en los que él trabajaba en verano, «á horquilla», escapando en cuanto era descubierto porque «a xente doutras confrarías botábanos bombas de palenque; se nos chega a alcanzar unha, mátanos».

Cuando finalmente la organización del marisqueo empezó a tomar cuerpo, cuando en Cambados se organizó la agrupación de a flote, Vicente se hizo una planeadora y se asoció. «Eu quería estar tranquilo», olvidarse de líos y conflictos. Tampoco es que los problemas desapareciesen de golpe: a lo largo de los años, este cambadés asistió a la crisis de la toxina y la vieira, que llevó a interrumpir la captura de esta especie y generó mucha tensión; también al nacimiento de la nueva forma de trabajar ese marisco. Asistió a la prohibición de la extracción del mejillón de fondo: «Os bateeiros, sobre todo os do Grove, non querían que nos dedicáramos a iso, e a Xunta apoiounos a eles, que son un sector máis poderosos».

A pesar de todas las batallas, durante sus paseos de jubilado por el puerto, Vicente no puede dejar de pensar en que «non saín mal parado» de su vida de trabajo. Cogió los mejores años del marisqueo, cuando la ría daba abundancia y los precios respondían. Luego, dice, todo empezó a ir mal. El mar se empapeló con trámites burocráticos, las exigencias para la flota crecían sin parar. Y, lo que es peor, la ría dejó de producir como lo hacía. «Canta xente non hai vivindo arredor da ría, cantos vertidos non se fan ao mar? Cantos fitosanitarios se usan -que non digo eu que non se teñan que usar-... Todo iso está aí e afecta ao mar. Como o de humanizar os pobos. Metéuselle moito formigón ao mar, moitos paseos, moitas pontes, dinamitáronse montes... E todo iso acaba afectando», reflexiona. Luego apunta: «Eu non son biólogo, pero penso que moitas veces os técnicos tomarían mellores decisións se falaran cos mariñeiros». En ese contexto de recesión, Vicente celebrar haberse retirado. En el muelle «moitos téñenme envexa, todo o mundo quere xubilar».