Grándola fue una de las precursoras en la venta de artesanía gallega en O Salnés. Gracias a esta tienda, las marionetas de Matarile ya viajaban por el mundo hace tres décadas y las muñecas de tela, resisten
03 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.La famosa canción de Zeca Afonso le sirvió a Gardenia Padín para ponerle nombre a su tienda. Grándola abrió sus puertas en Cambados en 1988, situándose entre los negocios de artesanía pioneros en la comarca. En aquellos años, estos artículos todavía no habían alcanzado un sello de calidad ni contaban con canales de distribución comercial como los de hoy.
Aún ni se vislumbraba Internet. Gardenia tenía que hacer kilómetros y kilómetros hasta A Fonsagrada y la Ribeira Sacra para llegar a los talleres que pudieran suministrarle los cestos, la cerámica, el encaje de bolillos y la orfebrería con los que alimentar sus estanterías. Así encontró algunas joyas, antigüedades incluidas, que forman parte del historial de Grándola. Cómo olvidar aquella marioneta del obradoiro de Matarile, que hace tres décadas valía una pequeña fortuna, 40.000 pesetas, y se llevaron unos japoneses; o la colección de Blancanieves y los siete enanitos que le hubiera gustado conservar y acabó vendiendo a una paisana de Cambados.
Aguja en mano
Ella también elabora sus propias muñecas, porque siempre le gustó coser. Quizás de ahí provenga su querencia por la artesanía. Como otras muchas niñas de su época, al salir del colegio tocaba costura y así aprendió a entrelazar telas de distintos tipos y colores que, primero, le sirvieron para jugar y acabaron por convertirse en una de las señas de identidad de su tienda.
Sus creaciones están repartidas por toda España y parte del extranjero, no en vano por su establecimiento pasan miles de turistas al año. Estando situado a pocos metros de la monumental plaza de Fefiñáns y al reclamo de su escaparate son muchos los visitantes que hacen parada para curiosear y comprar.
En sus inicios había menos turistas y gastaban más. Ahora ocurre lo contrario, fruto de la masificación y de los nuevos hábitos de consumo, pero, pese a todo, el turismo sigue teniendo un peso predominante a la hora de cerrar las cuentas del mes. Lo que no ha cambiado es su actitud. «A xente de fóra valora máis o noso ca nós mesmos», reflexiona Gardenia Padín, y a ella le congratula, porque así contribuye a dar a conocer la tradición y la cultura de Galicia.
En su opinión, aunque la promoción y las ayudas siguen siendo insuficientes, se ha avanzado mucho en este sector y muestra de ello es que la clientela local se decanta cada vez más por productos de diseño y de artesanía autóctonos a la hora de hacer un buen regalo, para una boda u otros eventos. Claro que los excesos de la época del ladrillo quedaron atrás y desde la crisis del 2008 la gente no gasta con tanta alegría. Y cuando la situación económica empezaba de nuevo a despuntar llegó el coronavirus.
Y llegó el coronavirus
La pandemia ha supuesto un punto de inflexión para Gardenia hasta el punto de que colgó el cartel de liquidación y anunció el cierre a través de las redes sociales. Auxiliar de enfermería de profesión, cree que es buen momento para cambiar su rumbo vital, volviendo a sus inicios, a rebufo del tirón en la demanda de la asistencia domiciliaria que ha supuesto el covid-19. «De ser tendeira paso a atender á xente», apunta, y en estos momentos está conciliando ambas facetas. De todos modos, el epílogo de Grándola no está todavía escrito. De momento, los planes pasan por permanecer abierto todo el verano y quizás alguien recoja el testigo. «A tenda é viable», indica. Entre tanto, ya son muchos los clientes que están pasando por allí en busca de alguna ganga o para despedirse, y es que 32 años de cara al público dejan a muchos clientes y proveedores que acabaron convirtiéndose en amigos.
Por supuesto, no falta el anecdotario, incluidos robos que parecían serlo y otros que sí lo fueron. En el apartado más grato se incluye el caso de una mujer de Barcelona que se probó varias pulseras de azabache y, por despiste, se llevó una puesta en el brazo. Resultó ser tan honrada que acabó contactando con ella a través del Parador de Cambados, donde se alojaba, y le pagó la joya, como es de ley. En el deber de la tienda cuenta un paño elaborado con tintes naturales y en telar que alguien se llevó sin pasar por caja. «Era unha peza que quería moito, aquel roubo doeume», relata.
Es el reflejo de la cara y la cruz de su faceta de empresaria. «A tenda quitoume moito tempo, pero tamén doume moito, axudoume a crecer e enriquecerme polo contacto co mundo». Quizás en su nueva etapa pueda arrancarse esa espinita que tiene clavada y aprender, por fin, a tejer en telar manual.