«A historia de Cambados está mal contada»

Bea Costa
Bea Costa CAMBADOS / LA VOZ

CAMBADOS

MONICA IRAGO

Mosteiro derriba algunos mitos: ni el origen de la villa es tan antiguo ni las ruinas son obra de María de Ulloa

15 oct 2020 . Actualizado a las 15:32 h.

Muchos estaban esperando a que Sindo Mosteiro se animara a escribir un libro, sabedores de que el historiador cambadés tenía mucho que aportar. Finalmente se animó y el resultado es A torre e a sombra, que presentó la semana pasada en Cambados coincidiendo con la exposición del mismo nombre que ocupa la primera planta de Exposalnés (Cambados) hasta el 18 de diciembre. Sus seguidores, que los tiene a través de su blog, no van a quedar decepcionados, y para los demás, este libro será un gran hallazgo. En él se sumerge en los orígenes de la villa, los de verdad, según su teoría, porque «a historia de Cambados está mal contada».

«Foise a fontes que non eran fiables», y así acabaron triunfando versiones sin fundamento historiográfico. Caamaño Bournacell situaba el nacimiento de la villa en los tiempos del rey Witiza, allá por el siglo VII, pero el historiador sostiene que en aquellos tiempos podría haber unas salinas y poco más. «A primeira cita da vila de Cambados é do 1421 e Fefiñáns non aparece documentalmente ata 1457».

También desmonta otras verdades que siguen propagándose por webs oficiales y folletos turísticos sin ningún tipo de rigor, reitera. Como que el templo de Santa Mariña, hoy conocido por sus ruinas, fue obra de María de Ulloa, o que el antiguo hospital de Cambados estaba en la casa que ocupa actualmente el restaurante Yayo Daporta. Las ruinas fueron posteriores a la señora de Cambados -él se las atribuye a su hijo o a su nieto- y el hospital de peregrinos estaba en unas modestas casas anexas a la capilla del mismo nombre.

Y como no preguntarle por la torre de sus amores, la de San Sadurniño, que ni nació con fines defensivos, ni formó parte de ninguna red de vigilancia contra las invasiones vikingas. «Iso eran inventos de Murguía, que só coñecía a torre de Hércules e cría que todas as torres eran faros». La de San Tomé, sostiene, se concibió como torre jurisdiccional a principios del siglo XVI para usos administrativos.

¿Tampoco fueron defensivas las Torres do Oeste?, indagamos. «Esas si tiñan unha función militar, pero nunca foros asaltadas polos vikingos como se di. Os normandos puideron chegar a Catoira, pero as torres son posteriores».

Mosteiro no pretende desvirtuar la fiesta de interés internacional que se celebra cada agosto en Catoira, pero lo suyo son los documentos, y a ellos se remite. De hecho, reconoce la habilidad de algunos políticos para sacar rédito turístico, y por tanto económico, a recursos con un supuesto origen histórico que no lo es tanto, caso de la Variante Espiritual que ha puesto en el mapa la Mancomunidade do Salnés con gran éxito. «Se nos poñemos a buscar, camiños hai moitos, Cambados tamén ten o camiño Real, pero aquí no se soubo facer», señala.

En la conversación salen a relucir otras sorpresas, pero tampoco es cosa de destripar un libro que acaba de salir a la venta. «Que o compren», dice celoso de su trabajo. Sin duda, es un buen regalo de Navidad para los amantes de la historia y de Cambados, que se puede adquirir a 25 euros en Exposalnés y en librerías. En el edificio de A Calzada permanecerá hasta el martes parte del material que se recoge en el libro: treinta fotografías y dieciocho esculturas con una temática única y común: La torre. Vista de noche, de día, a contraluz, en piedra, en madera...

Mosteiro es un incondicional de este lugar, por su historia y por su capacidad evocadora. No es de extrañar de allí emanaran leyendas de damas cautivas y otras desventuras con aura romántica. A él le sirvió de hilo conductor para armar la historia de Cambados y dar rienda suelta a su vena artística, que la tiene.

De este cambadés se podría decir que es un renacentista del siglo XXI. Sabe de muchas cosas y toca muchos palos. Es licenciado en Geografía e Historia del Arte en las especialidades Antigua, Medieval y en Museología. A sus títulos suma el de diplomado en Restauración en la especialidad en Arqueología y, además, cultiva la fotografía, la escultura y escribe. Pero dice que lo de artista le viene grande. «Como moito, un artistiña», matiza.

Estamos ante un ilustrado que no presume de serlo, que se permite el lujo de vivir sin WhatsApp, que cultiva frutas exóticas en su huerto y al que en otoño es fácil ver recogiendo setas en A Pastora. Porque, además, es un experto en micología.

Nos desvela que Galicia pudo haberse convertido en una potencia en la producción de naranjas. Tiene clima y una tierra excepcionales para los cítricos, pero un conglomerado de intereses hicieron que el negocio se fuera para Valencia. Pero él sí come naranjas de aquí. Y quien quiera gozar de su sabor puede comprárselas en su taller, donde limones, chirimoyas y tomates comparten espacio con viejos muebles que guardan turno para ser restaurados. Allí no caben luces Led ni adornos navideños. Es un local austero, con una atmósfera vetusta, hecho a su medida.

La restauración ya no es el negocio que fue. La Xunta cerró el grifo de la financiación, las casas rurales están ya todas amuebladas, llegó Ikea y la crisis acabó de darle la estocada. Pero esa es otra historia.