«Sempre seguirei formando parte do Cabanillas»

Bea Costa
bea costa CAMBADOS / LA VOZ

CAMBADOS

MARTINA MISER

Alejado ya de las aulas, invierte su tiempo en escribir, por supuesto, y en viajar, pasear y cocinar

19 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Ramón Caride no acaba de creérselo todavía. «Ves que lle pasaba a outros e agora veste ti nestas, dá vertixe». Los otros son Suso, Alejandro, Maite, Manolo..., profesores del instituto Ramón Cabanillas de Cambados que se retiraron en los últimos años. A él, los compañeros le organizaron la fiesta de despedida el viernes, «pero eu sinto que sempre seguirei formando parte do Cabanillas». Después de 28 años dando clases de Biología, Ciencias Naturales, Geología y demás, es difícil desengancharse de esa rutina. «Síntome como se estivera de vacacións, pero hai que deixarlle sitio á xente nova. Cos anos perdes entusiasmo, acabas repetíndote (...), os rapaces sempre son rapaces, o que cambias es ti».

Con permiso de la nostalgia, jubilarse a los sesenta años tiene sus ventajas. La mejor, el tiempo, ese bien tan preciado que en esta etapa de la vida se aprovecha más que nunca. De escritor casi nadie se jubila, y a él le quedan muchos libros por delante. Su trayectoria lo delata. Desde aquel su primer poemario Paisaxe de verde chuvia, que escribió en el año 1982 cuando estaba haciendo la mili en Valencia y le podía la morriña -cuando no había guardia ni instrucción, Caride iba a la biblioteca con su amigo Carlos, otros elegían la cantina-, otros muchos vinieron después; en un cálculo de urgencia salen unos cuarenta títulos, entre novelas, poesía, relatos, literatura juvenil, ensayos y hasta una obra de teatro para niños.

El punto de inflexión en su carrera lo marcó Soños eléctricos, que consiguió el Blanco Amor y, además de gloria y peculio, le valió una felicitación y un autógrafo de Uxío Novoneyra, que guarda como un tesoro. Otros premios vendrían después: el Merlín, el Café Dublín, varios Martín Sarmiento, el Risco de literatura fantástica y el Lueiro Rei. Lo dicho, con estos antecedentes y sin tener que ir a clase ni corregir exámenes, todo apunta a una producción prolífica en los próximos años. Todavía no ha acabado la promoción de Terra Queimada -con él estará en diciembre en el Culturgal de Pontevedra- y ya está a punto de editar Singamia 1.1. Queridas máquinas, un libro de relatos que ilustra Manolo Busto en el que aborda la relación de los humanos con las máquinas y la tecnología.

Quizá acabe en las librerías traducido al castellano y al portugués, no sería el primero. Lo que es seguro es que contribuirá a cultivar esa cultura de la lectura que Caride echa en falta en España frente a lo que ocurren en países como Portugal o Francia. «Pero iso non é de agora, a literatura sempre estivo en crise». De todos modos, observa motivos para el optimismo. «Sempre hai xente que se lanza a facer literatura, que escribe en galego, e escribe ben, e seguen aparecendo editoriais que fan libros moi bonitos. Sempre vai haber xente que vai amar os libros e a creación artística», reflexiona.

Escribir es su vida, pero no exclusivamente. Después de un par de horas delante del ordenador, los versos todavía prefiere plasmarlos sobre el papel, busca tiempo para otras cosas. Para su familia, Lula, Uxía y Sara -esta última hereda la vena literaria del padre y ya ha hecho sus pinitos en este mundo-, para caminar, para cocinar...

A este ourensano de San Cristobo de Cea le encanta perderse por Cambados, charlar con quien encuentra a su paso y respirar al aire libre en su tierra de adopción. Le gusta viajar y ya está haciendo planes para visitar Portugal, Andalucía y, cuando se pueda, poner rumbo a Centroeuropea. «Gustaríame tamén ir a un país exótico»; quizá a la India, siguiendo los pasos de su hija. Todo se andará. De momento se está aclimatando a su condición de prejubilado en su casa de A Pedreira con vistas a la ría, donde lo pillamos preparando unos sanmartiños al horno. Sí, Ramón Caride es un cocinitas que disfruta y fomenta el buen comer. «É algo esencial, é a base da nosa cultura, o que nos permite encontrarnos con outros. É moi triste que se perda o carácter social da comida. Cada vez cópiase máis o modelo americano», comenta el escritor.

«Moitos problemas como a diabetes ou a obesidade poderían evitarse se a xente cociñara na casa. Dise que non hai tempo para ir á compra e cociñar, pero si hai tempo para ver non sei cantos partidos na televisión. É un paradoxo». Él se mantiene inmune a la fiebre del balón. Los domingos, su mejor jugada es un buen churrasco y la compañía de los suyos.