La madrina de los perros maltratados

Cristina Barral Diéguez
cristina barral PONTEVEDRA / LA VOZ

CAMBADOS

ramón leiro

Chelo Silva acogió a «Krugui», el can que lanzaron contra la valla de la protectora. Ahora repite con «Life»

07 ago 2018 . Actualizado a las 17:54 h.

Consuelo Silva Durán, Chelo, compró a Pipo, un mini pincher negro, hace tres años. Pero esta mujer de Moraña de 41 años tiene claro que ya no comprará más canes. Los adoptará. «Alguna gente es reacia a adoptar porque quiere perros de raza. Pero eso es una tontería», sostiene. De momento ella tiene el cupo cubierto con otros dos animales que tienen detrás una historia de maltrato de la que pudieron salir.

Primero llegó a su casa del lugar de Mos Krugui, el mestizo que en agosto del 2015 se hizo conocido en toda España tras ser arrojado contra la valla de la perrera municipal de Pontevedra. Las cámaras de vigilancia del recinto de Campañó, que gestiona la protectora Os Palleiros, captaron el momento y el vídeo se convirtió en viral.

Chelo recuerda cómo se enteró. «Yo siempre quise un perro más grande que Pipo y pensaba ir a la protectora de Cambados. Pero un día estaba comiendo con mi hija en O Xavique y salió la noticia», explica en una cafetería próxima a la carballeira de Santa Lucía. Su hija Nerea, que entonces tenía 18 años, se puso en contacto con Os Palleiros para ver si era posible la adopción. «Hubo que esperar cuarenta días para traerlo a casa». La adaptación del animal a su nuevo hogar fue fácil. Chelo tiene una casa con finca. «Cuando me veían con él me decían ‘‘Mira, el perro de la tele’’». Y es que Krugui salió en la sección Amores perrunos que el actor Dani Rovira tiene en el programa El Hormiguero.

Del caso de Life, el perro que fue rescatado el pasado abril por Os Palleiros casi moribundo tras ser abandonado por su dueño sin dejarle comida ni bebida en una finca de Salcedo, Chelo supo por las redes sociales. «Vi la foto que colgaron con el suero... Sentí rabia e impotencia y pensé enseguida en solicitar la adopción si salía de esa», apunta. Chelo pensó que igual se lo quedaban en la protectora. Pero otra vez su hija Nerea, que colabora como voluntaria con Os Palleiros, llamó y ahí empezó todo el proceso.

Life pasó su primera noche en Moraña el jueves. «Le puse una manta en el suelo y me levanté de madrugada para ver si tenía frío». Estaba perfectamente y dormía tranquilo. Cuando a Chelo se le pregunta por el maltrato animal se pone seria. «El que tiene un animal lo tiene que cuidar, si no que no lo tenga. El maltrato es un delito y creo que las penas tendrían que ser todavía más duras», remacha. Life tiene trece años y ella se refiere a él cariñosamente como «el jubileta».

«Voy a cuidarlo mucho. Come un pienso especial y no puede engordar para que no sufran sus patas traseras. Pero está muy recuperado. Una vez al mes tengo que llevarlo a la veterinaria de Os Palleiros y Ana ya me dijo que la llame a cualquier hora si el perro se pone mal», relata Chelo.

Salir del bache

Hay gente que no entiende esta querencia suya por los animales maltratados. «Me dicen, ‘‘te metes en cada jaleo’’. Pero a mí me ayudaron y me ayudan mucho a nivel personal». Chelo se sincera y no le importa contar que pasó por un momento vital complicado. Fue cuando atravesó una depresión y cuando su autoestima estaba por los suelos. «Mi hija ya hace su vida fuera y los animales hacen mucha compañía. También son un aliciente para salir y no quedarse en casa», argumenta. Antes de ese momento bajo, del que está muy recuperada, había trabajado en la empresa Celtic Estores. «Ahora tengo una Risga y me saco un dinero porque bordo y calceto. Se me da bien y me gusta», desvela.

Chelo insiste en que ella no es un ejemplo para nadie. Cree que no hace nada extraordinario. «Es más lo que ellos me ayudan a mí, que lo que hago yo por ellos». Añade que tampoco hay que volverse locos. «Yo por espacio físico podría tener más perros, pero no se trata de eso, sino de cubrir sus necesidades. Si saliera otro caso extremo de maltrato animal intentaría ayudar de otra manera porque creo que con tres ya tengo el cupo cubierto», dice con una sonrisa. Además de sus perros mima a Dingo, un podenco comunitario al que cuida con otros vecinos del lugar de Mos.