Mujeres que viven atándose al mar

Rosa Estévez
rosa estévez CAMBADOS / LA VOZ

CAMBADOS

Empezaron de la nada, pero a estas alturas Maite y Merchi se manejan con soltura entre las redes.
Empezaron de la nada, pero a estas alturas Maite y Merchi se manejan con soltura entre las redes. martina miser< / span>

Merchi y Maite son las últimas incorporaciones al menguante colectivo de las rederas de Cambados

05 abr 2016 . Actualizado a las 07:46 h.

En Cambados, una quincena de mujeres trabajan atando las redes de los barcos del cerco. Rodeadas de grandes montañas de aparejo, cosen y descosen según las necesidades de los armadores. Es un trabajo duro, «pero como todos». Con sus ventajas y sus inconvenientes. Un oficio de esos que consumen horas y exigen paciencia, pero que «te da la libertad de que si te tienes que ir porque se te puso el niño enfermo, te vas», según nos cuentan. Es, cierto, el de atadora es uno de esos oficios que parece apagarse. «Tal e como vai o mar, miña filla, dentro de pouco nin falla imos facer», reflexionan las últimas de Filipinas.

En la nave de rederas de Cambados, casi todas son veteranas. El «casi» tiene nombre y apellidos: María Mercedes Rebollido y Maite Fernández son las dos únicas personas que en los últimos años han cruzado la puerta de la gran sala llena de redes de la Asociación A Torre, y que se han quedado. A cada una la empujaban los vientos de sus propias circunstancias. Merchi, que es de una familia de mar, nunca había imaginado que su futuro estuviese entre redes. «A verdade é que nunca me deu por aí. Primeiro estiven fóra, logo estiven traballando nunha empresa de limpeza. E logo quedei no paro». Fue entonces cuando se le ocurrió coger el camino que conduce a la nave de las redes. «Todos os camiños son bos se os colles ben». Se sacó el curso de formación obligatorio y luego invirtió horas, muchas horas, en aprender el mapa secreto de las costuras del mar.

«Para empezar aquí tienes que echar muchas horas trabajando sin cobrar nada. Necesitas aprender, y eso exige hacer un esfuerzo que, hoy en día, poca gente quiere hacer». Quien así habla es Maite. Vasca de nacimiento, vivió en Asturias antes de enamorarse de un cambadés y poner rumbo a las Rías Baixas.

Aquí, como en el resto del mundo, lo de encontrar un trabajo no estaba fácil. Así que, cuando su marido le habló de las atadoras y de que no había relevo generacional, decidió probar suerte. Como su compañera, hizo el curso de confección y mantenimiento de artes y aparejos de pesca y, con el título bajo el brazo, llegó a Tragove. «Cuando entré aquí, lo primero que pensé es que no sabía cómo hacían para no perderse entre tantas redes», recuerda ahora. «No sabía nada de nada. En el curso nos habían dado teoría, y hasta poca. Pero este oficio se aprende con la práctica», dice mientras mide la red en la que va a trabajar. Las redes pusieron a prueba su paciencia. «Pero más paciencia tuvieron que tener conmigo mis compañeras», dice señalando alrededor.

¿Artesanía?

Estas escuchan y cosen con soltura. Se sienten las últimas de su oficio. «O traballo das atadoras ten que vir do mar, e o mar xa se ve como está», dice Isabel, la presidenta de la asociación A Torre. Aclara enseguida que de momento hay trabajo. Por eso, se le tuerce el gesto cuando se le pregunta por el programa que ha puesto en marcha la Xunta de Galicia y con el que pretende que las rederas gallegas abarquen más campo que el de la reparación y confección de aparejos de pesca. Que den el salto a la elaboración, con los restos de aparejos, de bolsos, de bisutería, de complementos variados e incluso de muebles. «Como non haxa mar, a atadora morre. Nin colares nin nada», sentencia Isabel chasqueando la lengua.

En el local de al lado, las socias del colectivo Maruxía también mueven la cabeza cuando oyen hablar de un proyecto que sí conocen, pero que no ha suscitado en ellas el menor interés. «Nós artesás xa somos, pero do noso traballo», reflexionan. Les sobra razón: a fin de cuentas, todo lo que hacen lo hacen tal y como les enseñaron las mujeres que, antes que ellas, dieron forma a las redes de la flota del cerco. Con paciencia y mirando al mar.

Esta vasca llegó a la nave de las atadoras de Cambados sin saber nada sobre las redes. Ahora, sin embargo, se mueve entre ellas con la soltura de una veterana.