El chovinismo cambadés mira al Oeste 

Bea Costa
bea costa CAMBADOS / LA VOZ

CAMBADOS

MONICA IRAGO

La puesta de sol desde la Torre de San Sadurniño 

16 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

donde el sol se acuesta en la torre de San Sadurniño

Mediado agosto, en Cambados el sol se despide por el costado de Ribeira. Allá al Oeste, por detrás de los montes de Barbanza, dejando su estela brillante en el mar y tiñendo el cielo de tonos fuego. Estos días el astro rey no se ha dejado ver mucho y el horizonte se ha dormido entre algodones grises, con la pátina del humo que dejan los incendios implacables que barren el verde de Galicia. Cambados es una de esas plazas privilegiadas que pone al alcance de todos los sentidos -porque la ría no solo se ve, también se puede oler, tocar, saborear y escuchar- el espectáculo más antiguo del mundo. Porque, no, el fenómeno no es exclusivo de la sofisticada Ibiza. Quizá ocurre que en el Mediterráneo son más espabilados a la hora de aprovechar sus encantos y convertirlos en un filón para la economía local. Quizá en esta esquina que mira al Atlántico no sepamos vender lo que tenemos. Pero eso no quiere decir que no apreciemos lo bueno. Perdón por el tópico, pero ya lo atisbaba Ramón Cabanillas en su poemario Vento Mareiro: A ti meu Cambados, probe, figaldo e soñador, que ó cantareiro son de pinales e ó agarimo dos teus pazos lexendarios, dormes deitado ó sol, á veira do mar.

Mucha literatura

No fue el único hombre de letras que se rindió a los atardeceres cambadeses. José María Castroviejo escogió las bodegas de Zárate y de Quintanilla para deleitarse con ese sol que «antes de encaminarse a países lejanos enciende y exalta maravillosamente los cristales de los viejos pazos para sumergirse luego, lentamente, en el mar». Y Julio Camba, fuera por vecindad fuera por convicción, no dudó en proclamar a Cambados como la Atenas de la ría de Arousa.

Desde Tragove a San Tomé pasando por A Calzada, la villa es toda ella un gran balcón para asomarse a ese efímero pero intenso instante que, aunque repetido, sigue siendo único cada día. Se puede elegir como escenario un entorno urbanita -de picoteo por alguna de las terrazas de Ribeira de Fefiñáns- o un paisaje bucólico, desde las atalayas que salpican Vilariño y Corvillón o haciendo parada en la desembodadura del Umia, rodeado de viñedos que a estas alturas ya tintan de dorado las parras. Ese, el del albariño y el sol, sí es un maridaje, y gente como Filgueira Valverde lo supieron ver hace años: «Un viño para mirar ao sol», dijo en una ocasión.

Todo el año

Pero si hay que elegir un lugar para asistir a los solpores cambadeses, yo me quedo con La Torre, esa proa que surca O Sarrido y pone rumbo hacia donde cae el día. Sea en las serenas noitiñas de julio con una seca que pone a tiro de piedra A Toxa; sea en primavera, cuando el sol toca el mar entre Sálvora y Aguiño; sea en las bravas tardes de invierno, con el oleaje entrando en la ría y azotando las piedras que cimentan la torre vigía. No hay sitio mejor. Por estos lares presumen de tener las mejores puestas de sol del orbe. Será el chovinismo cambadés. Pero, visto lo visto, como para no tenerlo.