No dejó la faena en el mar ni durante la mili: le tocó en la Marina, en Ferrol y en Marín, y volvía a casa los fines de semana para trabajar, «levar o changüí» y colaborar con la economía doméstica. Siendo aún muy joven, antes de su aventura en la emigración, recogió mejilla para los primeros señores de las bateas, trabajo en un «barco da compra», iba a la zamburiña... Luego se marchó a Alemania, ahorró algo de dinero, y a la vuelta se construyó una casa y pudo empezar con el negocio de las bateas.
En cada una de las etapas que ha ido quemando, Benito puso toda su energía. A fin de cuentas, dice, ese debe de ser el secreto de la vida: vivirla con pasión.